7 años ago

2.El planeta Orz

Thiram no tardó en encontrar un transporte para ejecutar sus planes. La nave nodriza que había tras la Luna contenía un hangar con distintas cápsulas pequeñas para viajes espaciales. El Maldito se apropió de una y abandonó el hogar de los ya extintos dioses de la Tierra, con un destino claro: el planeta Orz.

Orz era un lugar inhóspito y difícilmente habitable por sus altas temperaturas. Un planeta cercano a una joven estrella, en el que, visto desde lejos, predominaba el color rojo sobre el resto. Se podría decir que el planeta era un gran desierto, salvo puntos muy concretos de su geografía en los que había oasis y manantiales.

Thiram tenía información muy precisa del pueblo orz, los únicos antropomorfos seudointeligentes del planeta rojizo, y sabía cómo actuar para ganarse el favor de esa civilización. No sería difícil para alguien tan poderoso en cuerpo y mente hacerse con el control total del planeta en poco tiempo.

Los orz eran un pueblo temible, gigantes de fuerza descomunal cuya civilización de autoconsciencia recientemente adquirida solo entendía el lenguaje de la violencia; solo seguían al que se mostraba poderoso.

Eran capaces de alimentarse de cualquier cosa y podían ser carroñeros, incluso caníbales; humanoides musculosos, de gran estatura y mirada cruel; de pelo rojizo como su planeta y piel azulada.

Se encontraban separados por largas distancias, porque habitaban en oasis con vegetación, repartidos en la inmensidad de los desiertos del planeta rojo. Se organizaban en tribus, dirigidas con mano de hierro por el Kayuna, el macho alfa de la manada, el elegido a base de victorias sanguinarias y violentas sobre sus iguales.

Poco después de apropiarse de la cápsula de los antiguos dioses de la Tierra, Thiram llegó al planeta Orz. Una de esas tribus vio lo que parecía un gran pájaro surcar el cielo y descender hasta tomar tierra con un gran estruendo.

Por orden de su Kayuna, un par de jóvenes orz fueron a explorar el porqué de ese acontecimiento tan extraño. Los hechos que se salían de lo habitual provocaban más miedo a los orz que cualquier pelea sangrienta con un rival de su estatura. El simple hecho de que los orz contemplaran la nave de Thiram en el cielo hizo correr sangre entre los propios jóvenes —el miedo los transformaba en una especie de perros infectados por la rabia— y el Kayuna de la tribu, que había divisado el objeto volador.

La primera aparición de Thiram en el planeta Orz se saldó con varias muertes sin que él aún se hubiera mostrado en público.

El Kayuna juntó a los más valientes y se acercaron a la recién aterrizada nave de Thiram, con los más jóvenes escondidos en una roca —una vergüenza para los demás—. Cuando la puerta se abrió, el jefe, armado de valor en apariencia, porque estaba muerto de miedo, fue el único que se acercó a ver qué podía encontrar dentro.

En ese momento, Thiram salió de la nave, y el primer acto reflejo del Kayuna fue atacar al extraño invasor. Una milésima de segundo después, el jefe había perdido un brazo y se había quedado tuerto.

El Maldito era un ser rápido y agresivo, capaz de ridiculizar a cualquier miembro poderoso de la raza más fuerte del universo. Con ese ataque al Kayuna, Thiram se hizo con la primera tribu orz, para comenzar a trabajar en lo que vendría después.

Thiram el híbrido comenzó a marchar con un ejército que crecía día tras día. Disfrutaba e hinchaba su ego viendo a los orz morir por él con un fanatismo desmesurado. A veces luchaba él mismo contra los Kayunas, otras veces se producían batallas campales que a Thiram no le convenían, pues no quería mermar las fuerzas de su nuevo pueblo antes de comenzar las guerras contra otros mundos y civilizaciones que ya tenía en mente.

A los orz más valerosos y fanáticos, antiguos Kayunas y aspirantes que perdieron brazos y piernas en las guerras tribales durante la conquista de Thiram, los dotaba de nuevos miembros mecánicos de última tecnología; les permitían ganar más fuerza y velocidad. Estos cíborgs se convirtieron en los primeros espadas del Maldito, La Guardia Imperial.

El planeta Orz no era demasiado grande en comparación con la Tierra, así que, en menos de dos años terráqueos ya era el Kayuna principal del planeta, el emperador de Orz.

Para los orz, Thiram nunca sería un Kayuna corriente, sino una especie de dios viviente que venía a dirigirlos hacia la conquista y al que había que temer. No estaban faltos de razón.

Comenzó su andadura como emperador, dotando a los orz de una estructura educativa que potenciara la inteligencia escasa de su civilización. Trabajó minas y fuentes de energía, introdujo mejoras en la alimentación y el ganado de criaturas del planeta, lo que se traduciría en un incremento de población como nunca antes había experimentado aquella raza.

Thiram el emperador fue el motor de una época de desarrollo en un pueblo que, sin él, jamás habría evolucionado tanto. Habría seguido siendo una especie tribal mediocre que esperaba a que cualquier meteorito o catástrofe natural la aniquilara.

Hizo construir lo que él llamó La Aguja, una gran torre donde se instaló, desde la que dirigía a sus súbditos y trabajaba sin descanso en sus planes de futuro; una torre blanca e inmaculada, más alta que cualquier montaña del planeta Orz, que se convirtió en la maravilla de aquel mundo. Hacía las veces de ascensor espacial y centro de culto hacia su persona; el Maldito no quería ser menos que cualquier otro dictador.

Cuando tuvo suficiente tecnología y materias primas, comenzó a construir naves para viajar a otros lugares, porque aquel mundo se le había quedado pequeño.

Thiram no carecía de miedo y las palabras de aquel dios extinto se le habían grabado en la mente. Llevaba tiempo escuchando aquella voz en su cabeza como olas que no cesaban. Pensó que no esperaría a que el universo se compensase y decidió que sería él quien creara un ser que pudiera rivalizar consigo mismo, para acto seguido destruirlo. Así le daría al universo una oportunidad de equilibrarse, pero jugando siempre con las cartas marcadas.

En una de las primeras naves, Thiram envió a varios de los orz más inteligentes a la Tierra. Modificó genéticamente su aspecto para que parecieran terrícolas y mejoró su inteligencia para que pudieran pensar por sí mismos. Su conocimiento del ADN humano le permitió crear a su antojo a estos seres.

Qaion también fue uno de sus objetivos. Vivían en paz y a las puertas de desarrollar su carrera espacial. El planeta de la noche eterna albergaba a pueblos inteligentes y a guerreros a los que debía destruir desde dentro. El emperador y nuevo dios de Orz no tardó en enviar allí microsatélites espía para que registraran toda la actividad política, antes de asestar su tercer golpe: las guerras de Qaion.