7 años ago

8.Invasión orz en Qaion

A las puertas de la Sala de los Horizontes Comunes de Qaion, un enjuto profesor Frehac estaba discutiendo y empujando a dos vamp gigantescos. La ira del científico hizo retroceder a los dos guardias del gobernador, que miraron hacia atrás con expresión de asombro, buscando por el fondo de la sala a Sirium, que también estaba perplejo.

—¡Gobernador, no hay tiempo para solicitar una venia! ¡Ni para estúpida burocracia! —gritaba el profesor.

—Yoer, Anud, dejadlo pasar —ordenó el gobernador a los guardias, que obedecieron y se apartaron.

Frehac se acercó al gobernador, jadeante después de un vuelo a toda velocidad por los cielos nocturnos del sistema lunar de Qaion.

—Espero que sea importante, profesor, porque acabas de cometer un delito. Te querías reunir conmigo sin solicitar una venia; mis guardias podrían haberte dañado —le dijo enojado Sirium, que aprovechó para demostrar su estatus de gobernador pedante.

—¡Dos naves se dirigen hacia aquí! Han aparecido por la luna Grandax, gobernador —gritó el profesor—. Hay que poner en alerta a los kant.

—¿Habitantes de las lunas? ¿Por qué habríamos de temerlos? —preguntó Sirium, con su típica despreocupación.

—Son dos transportes demasiado grandes. Es obvio que transportan un ejército, gobernador. —Frehac, además de estar nervioso, no aguantaba al político: tenían viejas rencillas por las promesas de financiación para proyectos científicos, sobre todo con el transporte espacial. Habían aumentado después del interés del Visionario por el planeta donde vaticinó que nacería el Único—. Tenemos una hora escasa antes de que pongan un pie en Qaion —insistió.

El gobernador no tardó en decidirse ante aquella tesitura. Las alas de los vamp lo dieron todo para avisar y montar un ejército apresuradamente junto a los kant. Por primera vez en su historia, ambos pueblos lucharían contra un enemigo común.

Poco después, dos cajas gigantes engalanadas con luces llegaron por los cielos con un sonido desgarrador. Deshicieron las nubes y entraron en la atmósfera de Qaion, haciendo sombra a la luz de las tres lunas.

Cuando tomaron tierra con gran estruendo, no hubo vamp ni kant que no supiera que aquel sonido era el comienzo de la mayor guerra que viviría Qaion.

Desde ambas naves, se desplegó un ejército grotesco de gigantes azulados y pelo rojizo: orz de Thiram. El suelo tembló a su paso, bajo el peso de sus armas y sus cuerpos. Los primeros en atacar sin titubeos fueron los kant, que los estaban esperando en formación. Era un pueblo noble que ante el miedo se crecía y se volvía más peligroso. Todos los peludos formaron un ejército al mando del príncipe Arkanium, que con esta guerra engrandeció más su leyenda y se volvió terrible para sus enemigos.

Algunos vamp llevaron a sus camaradas kant colgados de los brazos, y aprovecharon la gravedad y la inercia para dejarlos caer sobre los enemigos. Los kant atacaron con sus garras y las hundieron en sus adversarios. Al mismo tiempo, las garras metálicas de los vamp silbaban con violencia antes de pinchar los cuerpos y salpicar la sangre de los gigantes. Los orz también estrellaron y reventaron cabezas contra el suelo y destrozaron huesos de sus enemigos; su fuerza estaba por encima de lo considerado brutal. Hubo bajas en todos los bandos.

Un mar de sangre derramada de los tres ejércitos bañó los campos a la luz de las lunas. Cada vez llegaban más vamp y kant desde distintos lugares del pequeño Qaion. Se formó una fraternidad entre aquellas razas que el enemigo externo había unido y una nueva conciencia planetaria surgió en Qaion. Cuando todos los peludos y los alados en edad de luchar llegaron al campo de batalla, la superioridad numérica se puso del lado de los de su planeta.

Aquel trilunio sería recordado por siempre, porque grandes personalidades del mundo kant y vamp se dejaron la vida en el campo de batalla. La muerte más notable fue la del rey Aullador, padre de Arkanium, que no murió solo: se llevó a la tumba al menos a veinte orz. La hazaña del antiguo monarca fue un caso curioso, porque llevaba tiempo viviendo con lujos y honores en una gran cueva, encerrado para mantener el statu quo después del golpe de estado de su hijo para conseguir la paz con los vamp. El viejo rey aullaba a las lunas, mostrando su gran pecho y el sonido que generaba se tornaba en fuerza y moral para todos los peludos —incluso en antiguos detractores progresistas que ahora estaban en sus filas, como Karel—. El estruendo generaba miedo en los orz, que temían lo desconocido y en su planeta jamás escucharon nada igual. El rey Aullador falleció con honor, prestando un gran servicio a su planeta.

En la casa-árbol del Gran Río, el viejo Argum se quedó a defender a sus hijos. Un par de orz solitarios y gigantescos aparecieron por allí, distanciándose mucho del groso de su ejército. Al verlos venir, el veterano guerrero desplegó e hinchó sus alas y descendió desde la entrada de su árbol glob con naturalidad, mostrando a sus enemigos la cabeza alta y una extraña sonrisa. El vamp iba armado con su garra de los kant, el arma del clan de los Guerreros del Agua.

Bum Bum, el bart, abandonó a los trillizos ante la sorpresa de Argol, para seguir tras los pasos de Argum:

—¡Vuelve! ¿Adónde vas? —gritó el joven, observando de lejos cómo su padre se acercaba a recibir al enemigo a las puertas de su hogar.

Tras Argum, el ser escamoso parecía tener una conciencia del peligro y no dudaba en ponerse agresivo o violento para defender a su nueva familia. A la orilla del río, comenzó la pelea y, pese a la edad de Argum, el viejo guerrero se movía y volaba con destreza, esquivando los ataques brutales pero lentos de los orz. A uno de ellos lo abrió en canal con la garra metálica.

El segundo monstruo, dudando, se retiró varios pasos atrás y desenfundó una especie de pistola. La disparó y acertó de lleno en el pecho de Argum, que cayó inconsciente. Cuando el gigante pelirrojo fue a rematarlo, Bum Bum golpeó al orz en la cabeza con su pequeño cuerpo, tan fuerte que el monstruo de piel azulada cayó redondo a peso muerto, como una gran roca desprendida que cae bajo el influjo de la gravedad. Inconsciente por el golpe, el orz fue a caer al agua y murió ahogado en el Gran Río.

Al mismo tiempo, en el fragor de la batalla de los campos, unos orz que portaban unas mochilas a sus espaldas las hicieron rugir y escupir fuego hacia el suelo. Ocho gigantes orz abandonaron a su ya mermado ejército y comenzaron a volar en formación, ante la sorpresa de algunos de sus enemigos. Unos cuantos vamp pusieron a trabajar a sus alas y las hincharon para seguirlos por el aire. Los orz voladores les dispararon con armas a distancia, que acababan de desenfundar. Mataron a unos y disuadieron a otros de perseguirlos.

Los orz volaron hacia el Mirador de los Designios. Cho el Visionario se encontraba allí junto a Chankel Deforme, su sobrino. El Visionario, aun siendo ciego, sintió cómo se acercaba la presencia agresiva de aquellos gigantes. Sabía que venían a por él.

—Sobrino…

—¿Qué…? ¿qué? —preguntó Chank, tartamudeando. Veía aproximarse a los monstruos azulados y estaba aterrado.

—Solo espero de ti que hagas lo correcto en el futuro. —Estas fueron las últimas palabras del Visionario mientras se adelantaba para dar la bienvenida a tan malévolos visitantes.

Al descender al mirador, los orz apagaron sus mochilas de vuelo y el sonido atronador de los impulsores cesó. Uno de ellos se acercó y, sin mediar palabra, agarró y apretó con una mano hasta que reventó la cabeza de Cho, que no opuso resistencia ni mostró miedo.

Otro orz se acercó a Chank, que temblaba en estado de shock, y le soltó a los pies un aparato extraño, tubular y hueco por dentro: un brazalete. Le hizo un gesto, como queriéndole decir que se introdujera aquel tubo en el brazo. Sin más, los gigantes azulados se dieron la vuelta y arrancaron con un estruendo sus mochilas-cohete. Volaron, pero no duraron mucho. A cien metros de distancia del mirador, varios vamp que volaban hacia allí, armados con garras, vieron su debilidad y atacaron directamente a las mochilas que hacían volar a los gigantes. Sin esos aparatos, les esperaba una gran caída y un golpe mortal contra las rocas, ya que el Mirador de los Designios era el punto más alto de Qaion.

Chank escondió bajo la ropa el brazalete que le habían dado los orz y, desconsolado, fue a abrazar el cuerpo muerto de su tío.

En el campo de batalla, las dos naves gigantes arrancaron motores, encendieron las luces y levitaron medio metro, preparando la huida. Los transportes empezaron a disparar sus armas a distancia para proteger a su ejército orz que se disponía a la retirada, y los pocos gigantes con vida y mutilados huyeron hacia ellas. A algunos los dejaron allí a su suerte, que no era otra que la muerte. Una nave voló en dirección a las tres lunas, a una velocidad que jamás habían observado los vamp. La otra hizo el amago de volar, pero cayó a plomo con un ruido atronador contra el suelo; estaba rota y no terminó de arrancar. 

Los kant más conservadores que allí se encontraban, locos de ira por la muerte de su rey Aullador, aprovecharon el fallo mecánico de la nave que quedó en tierra para dar el golpe final: no dejaron a ningún orz vivo. La invasión había terminado.