—Ahora es usted el que se salta la venia, gobernador —dijo el profesor Frehac al verlo aparecer en su laboratorio solo, sin escolta. Sirium iba vestido de manera muy sencilla y llevaba una capucha que le ocultaba el rostro.
—Hay algo en todo esto que no tiene sentido. Cho era tu amigo, ¿qué opinas del nuevo visionario? —preguntó el gobernador mientras se quitaba la capucha.
—Cho el Oscuro no nombró heredero y este sobrino suyo sabe cosas… Aunque, lo que él sabe, ya lo había pensado yo también. Pero hay un detalle que se le ha pasado por alto al visionario o a los dioses que le hablan: el metal de la nave que ahora mismo estudio no procede de las lunas de Qaion. Allí no existe ese metal ni ningún precursor para esa aleación —afirmó el científico mientras apretaba tornillos en una especie de cubo metálico del tamaño de una nuez.
—Vaya, profesor… ¿Cómo se nos ha pasado esto por alto? ¿Qué cree que deberíamos hacer?
—Soy el único que ha examinado la nave desde que me la cedieron los kant y soy estudioso de las lunas desde siempre. Para mí, esto era una obviedad desde que revisé cómo está construido ese transporte, pero es normal que nadie más se diera cuenta. De todos modos, hay que hacer caso al visionario. No podemos quedarnos esperando a que el viento nos hinche las alas. Debemos defendernos: volar a las lunas y atacar a los que allí habiten —respondió el profesor—. Que la nave no pertenezca a los satélites es irrelevante en este momento. Pero esto no quiere decir que crea al nuevo visionario, porque yo ni siquiera creía en el poder y las visiones de mi amigo Cho.
—Entonces… ¿qué tiempo nos queda para poder mandar un ejército a las lunas en esta nave?
—Ya puede buscar a los valientes vamp que quieran viajar a reconquistar nuestros satélites. La nave ha sido demasiado fácil de reparar —explicó Frehac—. Espero que, si falla o se rompe en el trayecto, me libere usted de toda responsabilidad. No la he fabricado yo, aunque sí he buscado si contenía artefactos explosivos, por si era una trampa, pero parece que está limpia. Aparte de esto, en estos últimos días he fabricado unos cascos para la respiración de los vamp en nuestras lunas. Allí no hay atmósfera respirable para nosotros.
—Bien…. Muchas gracias, profesor, es muy previsor. Seremos breves en preparar el ataque. No sé si temer más lo que haya en las lunas o la ira de los kant por lo que vamos a hacer. Que los verdaderos dioses de Qaion nos ayuden —dijo el gobernador mientras se volvía a poner la capucha sobre la cabeza.
Al girarse para salir, deslizó por su amplia manga una nota diminuta que dejó sobre la mesa del profesor. Frehac vio con su ojo electrónico la acción del gobernador y siguió trabajando sobre la nuez metálica que tenía en las manos.
Al día siguiente, un ejército de vamp se reunió en el hangar que se había habilitado en el laboratorio de Frehac. La gran nave estaba lista para partir con el escuadrón de vamp valientes, que volarían hacia las lunas para destruir al enemigo huido y a desalojar violentamente aquel territorio de cualquier invasor. También se encontraba el nuevo y autodenominado visionario, Chank el Deforme, junto al gobernador y Frehac.
Muy solemne, Sirium se dirigió a sus hombres:
—Después de la batalla más gloriosa de nuestro tiempo, los vamp tenemos que volar por primera vez fuera de nuestro planeta. En nombre de Qaion, vamos a hacerles pagar por mancillar con violencia y sin respeto nuestro sistema lunar —dijo en voz alta a los soldados en formación. Le quitó a un banderizo de la primera fila un estandarte, lo levantó y lo movió hacia los lados, otorgándole protagonismo y énfasis al nuevo símbolo del planeta con las tres lunas.
Todos los soldados del regimiento vamp allí presentes jalearon y vitorearon, exaltados. Saltándose el protocolo, Chank el Visionario, se adelantó ante la expresión de desagrado del gobernador y habló a los soldados:
—Estas lunas sagradas y mancilladas también pertenecen a los kant, nuestros vecinos. Aunque ellos desaprueben nuestros actos, id allá y no dejéis a nadie con vida. Hacedlo por ellos también. Los dioses de Qaion me susurran… ¡Me susurran muerte! Solo nosotros tenemos derecho a poner un pie en esas lunas sagradas. ¡No tengáis piedad! ¡Que vuelen alto los vamp! —Movió los brazos con intensidad, excitado.
Su intervención tuvo efecto, pues animó más a la tropa que vitoreaba «¡muerte!». Aunque el mensaje era peligroso y estaba fuera de lugar, los vamp, inteligentes y refinados, jamás habían tenido esa clase de discurso, pues todas las guerras habían sido con sus vecinos los kant y las batallas con los peludos eran sentimentalmente dolorosas.
El profesor y el gobernador, pese a que tenían rencillas y ni siquiera sentían aprecio mutuo, se miraron con seriedad durante un largo instante, sin decir nada.
Los soldados subieron al transporte, de manera ordenada. Al cerrarse las compuertas, la nave levitó medio metro del suelo y voló a una velocidad increíble hacia la luna Grandax, el satélite principal, al que creían que habían ido los invasores.
Nada más llegar la nave con el regimiento vamp, la recibieron los cañones del transporte de los enemigos que habían escapado. Los vamp, instruidos por Frehac, también usaron los cañones para contrarrestar el ataque. Cuando estaban a unos cien metros de altura, la nave abrió las compuertas y los primeros vamp salieron con sus cascos puestos y las alas hinchadas, volando en esa tenue atmósfera para rematar con sus garras metálicas a los enemigos que se encontraban dispersados.
Lo que vieron en el satélite no fue una base. Las lunas eran desiertos grises empedrados y solo estaba la gran nave transportadora de tropas enemigas que huyó de Qaion y otra mucho más pequeña, de forma redondeada. Los gigantes azules ni siquiera estaban en formación; los encontraron desordenados y la mayoría parecían aún heridos por la batalla en Qaion.
La incursión fue una masacre para los gigantes que no estaban recuperados y los que huyeron mutilados. Los vamp atacaron hambrientos a sus enemigos y se dieron un festín de venganza. Los pocos gigantes que no estaban lesionados o enfermos poco podían hacer contra la ira de sus enemigos, porque los superaban en número, energía y motivos. Los mataron cruelmente a todos; las garras pincharon a sus enemigos con violencia y sin piedad.
Acabada la batalla, registraron el transporte huido y dieron muerte a los gigantes que se encontraban escondidos en él. Al revisar la otra nave pequeña, encontraron a dos seres distintos a los gigantes: eran verdosos y más pequeños, y se encontraban acompañados de gigantes azules armados, que parecían escoltarlos. Los enemigos verdosos pidieron a los vamp que pararan el enfrentamiento, aunque se lo solicitaron mediante telepatía, lo que enfadó sobremanera a los vamp. La sensación de escuchar voces en sus cabezas, aunque fuera un mensaje de calma, la sintieron como un ataque, pues tenían sus motivos. Dieron muerte a todos los que se encontraban en ese transporte.
Al registrar esa pequeña nave ovalada, encontraron el plano de una base que unía como una gigantesca estructura a las tres lunas. Un sistema defensivo, tal y como había predicho el visionario, un arma definitiva que mantendría a raya a cualquier visitante, incluso a los kant. Informaron de aquel hallazgo y de la victoria a Qaion.
Poco tiempo antes de que esto sucediera en Grandax, al marchar el transporte con los soldados vamp hacia la luna, un ejército armado de kant, liderados por Arklund, general kant del ala conservadora atacó un árbol glob donde vivían vamp. Lo hizo como represalia por mancillar las lunas sagradas. Así estalló una guerra civil.