El falso guía de los vamp se encontraba solo y arrodillado en el Mirador de los Designios, el punto más alto de Qaion, donde moraban los visionarios. Dos pequeñas esferas, del tamaño de una canica, rondaban amenazantes a Chank. Eran los satélites-espía del emperador de Orz.
—Debes intervenir en el consejo vamp y mandar a la Tierra a cualquier pelele de las mazmorras. ¿Harás eso por tu dios? —La voz de Thiram era una amenaza en sí misma, igual que las bolas espía que lo rondaban.
—Sí, sí. Recomendaré al que considere más incauto entre los vamp. Alguna… ¿alguna cosa más? —preguntó temeroso Chank.
—Al vamp que envíes debes cortarle las alas, si quieres que pase desapercibido entre los humanos. No lo olvides.
—Así se hará, mi señor —aceptó, extrañado y tembloroso. El Visionario no sabía cómo iba a ejecutar esa orden.
—Haz mi voluntad. Adiós. —Thiram se despidió con odio y sembrando miedo con su voz atronadora.
Los microsatélites se dispersaron y el Visionario se levantó, pensando en cómo haría para cortarle las alas a un vamp fornido, porque él no era un guerrero.
El consejo de los vamp fue un trilunio en el que se celebraron juicios, dictaron sentencias contra los malhechores y se eligió a un candidato para aceptar la misión impuesta de buscar al Único, un viajero que fuera a la Tierra. Entre los seleccionados se encontraba Argón, al que habían grabado confesando que todos morderían el polvo y conocerían a los futuros generales conquistadores, mientras se dirigía a intentar sacar la garra legendaria de los kant. Sus actos eran delicados por varios motivos: tocar aquel objeto estaba prohibido y se encontraba en el interior de las fronteras kant, un posible motivo de disputa con los peludos. Otra razón fue hablar de manera que pareciera una conspiración, lo que era un delito penado. Los gobernantes no se fiaban desde que el rey Arkanium y sus hombres, los jóvenes rebeldes, rompieron el statu quo entre los kant del rey Aullador y se instauraron el sistema de venias y la Sala de los Horizontes Comunes para controlar cualquier insurrección y mantener la paz.
—Argón, hijo de Argum, del clan de los Guerreros del Agua, ¿qué tienes que decir en tu defensa? —preguntó el gobernador Sirium tras exponer los hechos, sentado en su trono; junto a él se encontraba Chank. El visionario odiaba profundamente al joven vamp, así que nunca había estado tan risueño; en ese trilunio, su sonrisa era diabólica.
Argón no respondió. Agachó la cabeza mientras todo el consejo vamp lo observaba como si fuera un delincuente cualquiera. Muchos de los allí presentes eran de la élite y se alegraban de su tragedia.
—¿Has pensado en lo grave que puede ser decir y hacer estas cosas en la situación actual? ¿Qué vamos a hacer contigo? —preguntó el gobernador, que no se atrevía a dictar una sentencia, pues Argum era su pariente difunto. Pero, al mismo tiempo, debía imponer respeto a las normas y dar ejemplo.
—¡Él será el elegido para ir a la Tierra! —gritó Chank, muy entusiasmado, señalando con el dedo a Argón.
Toda la sala soltó un grito de asombro ahogado. Argón era demasiado joven y esa misión-viaje, de la que todo el mundo hablaba últimamente, sería demasiado para él.
—Pero ¿qué dices, Visionario? —preguntó Sirium, indignado, mirando mal a Chank, que últimamente se extrapolaba en su cometido y se había convertido en un déspota como cualquier ser con mente menor que accede a un cargo importante.
—Así me lo han dicho los dioses. Argón el Traidor será expulsado a la Tierra para encontrar al Único, como predijo mi tío Cho. Traerá a aquel ser de vuelta y así tendrá la oportunidad de redimirse de su delito —sentenció el falso visionario. Se sentía fuerte en el consejo, porque en los últimos tiempos había sido él, con sus predicciones, el que más se había acercado a la realidad; poseía a partes iguales el miedo y el respeto del consejo.
Sirium, muy enfadado, cambió la expresión y estuvo a punto de levantarse para golpear al visionario, del que desconfiaba, pero a lo lejos vio entre los miembros del consejo al profesor Frehac. El científico le hizo una extraña mueca con su ojo mecánico y el gobernador supo en ese momento que debía ceder a las exigencias de Chank.
El gobernador gesticuló con la mano para aceptar la sentencia del Visionario y los guardias se acercaron para llevarse a Argón.
—¡Feo! ¡Malnacido! ¡Os mataré a todos! —gritó Argón, que le pegó una patada a un guardia mientras le robaba la garra metálica y se la colocó en el antebrazo; la puso abierta en modo de ataque. De un salto, voló hacia Chank para clavársela, pero un guardia lo agarró de las alas y otro le puso su musculoso brazo en la garra, y lo frenaron entre dos.
—¡Arrancadle las alas! Así lo quieren los dioses ¡Arrancádselas ahora! —gritó el visionario.
El guardia que tenía agarrado a Argón le arrancó de cuajo las dos alas ante los gritos de dolor del niño vamp. Sirium se levantó.
—¡No! ¡No! ¿Guardias? Aquí las ordenes quién las da, ¿el visionario o yo? —preguntó Sirium a gritos, que tenían menos intensidad que los de Argón, que tenían horrorizada a la audiencia.
El visionario reía al ver sufrir a su enemigo, que sangraba de rodillas, agarrado de los brazos por los dos guardias. Temerosos de los dioses, los guardias habían hecho caso a un visionario que no tenía por qué mandarles, pero que ejercía una fuerte influencia debido al miedo.
Sirium se levantó, agarró por el pecho y estiró de la túnica al visionario.
—¿Qué te has creído, Chank? —preguntó muy enfadado, casi enseñándole los dientes al feo.
—Yo… yo… digo la voluntad de los dioses —respondió el Deforme.
—¡Los dioses… los dioses…! ¡Es un niño! ¡Malditos dio…! —gritó Sirium, que había perdido la compostura y estaba a punto de golpear a Chank, por haber mandado arrancar las alas al pobre Argón.
El profesor Frehac voló desde su asiento en el consejo de los vamp y separó al visionario del gobernador.
—Gobernador, cálmese, cálmese.
Sirium se relajó un momento y comenzó a dar órdenes.
—¡Curad las heridas al hijo de Argum! Y preparad la nave para su viaje. Guardias, quedan arrestados por obedecer una orden de quien no debe darlas. Visionario, ándate con cuidado porque te estaré vigilando y no voy a dejarte pasar ni una más —ordenó el gobernador Sirium, que volvió en sí, más enfadado que nunca.
Solo el profesor Frehac se despidió de Argón y a los guardias leales —o temerosos— al Visionario los encerraron con violencia en la nave espacial como a un recluso. El joven vamp estaba tan dolorido, casi inconsciente, que no escuchó ni prestó atención a las palabras de ánimo del profesor Frehac.
—Argón, Sirium y yo esperamos de ti que encuentres y traigas de vuelta a aquel ser de la Tierra que tenga capacidades especiales y sea único. Ánimo, lo conseguirás, eres el hijo de Argum —le dijo el profesor al pobre vamp, que, entre dolores, delirios y en estado de shock, no se enteró casi de nada.
La nave arrancó y salió disparada de Qaion en dirección a la Tierra con un vamp sin preparar y envuelto en toda clase de molestias.
A solas de nuevo, en el Mirador de los Designios, Thiram hablaba otra vez al falso Visionario mediante el holograma del brazalete.
—¡Inútil! ¿Qué has hecho? ¿De todos los vamp de las mazmorras tenías que mandar a este? —le preguntó a gritos el emperador Thiram; su voz terrible dolía al alma del que la escuchara.
Los microsatélites empezaron a disparar al suelo, alrededor del visionario, que intentaba escabullirse, arrastrándose hacia atrás mientras lloraba y temblaba de miedo. Sin saberlo, movido por el odio, el Deforme había enviado a la Tierra a uno de los preferidos de Cho el Oscuro, al verdadero visionario, además de ser el más dotado de los vamp de su generación.