Ahí está! ¡Es él! —Marcus estaba ilusionado, pues había encontrado a León antes que los orz y su jefe, Thiram.
Era de noche en la ciudad. Bajo las luces de las pocas farolas que funcionaban y, escondido en la esquina de un sucio callejón, había localizado al que suponía era su hijo, cuando había perdido la esperanza.
Ambos corrían peligro.
Echando la vista atrás, todo había sido muy extraño desde aquel día lejano de visita al circo, un día feliz y distinto, un día de descanso que cambió toda su vida.
Hasta aquel entonces, la vida Marcus había sido bastante normal. Al empezar su edad adulta, fue el primero de su familia en abandonar la aldea de sus ancestros para poner rumbo a la gran ciudad.
En su pueblo los habían conocido como los Recios, una familia no muy numerosa y con pocos descendientes, de la que se decía que tenían una fuerza descomunal. Un linaje antiguo, más antiguo que el país que albergaba aquella vieja aldea. Pero Marcus, a diferencia de sus antepasados, no era especialmente fuerte.
Su vida transcurrió sin ningún tipo de problema; una vida cómoda mientras se adaptaba poco a poco a la ciudad. Tuvo una esposa y un hijo, y todo fue felicidad hasta aquel día extraño en que todo cambió.
Mientras paseaba agarrado a su mujer y a su bebé, de una de las pequeñas carpas del circo, en la que se predecía el futuro, salió una chica más joven que él. Era bellísima e iba ataviada con un pañuelo en la cabeza y joyas, una visión de belleza que fue la debilidad de Marcus. Su mujer se dio cuenta. La mirada entre Marcus y aquella joven fue algo más que lujuriosa y especial.
Días después del encuentro, Marcus fue, desesperado y magnetizado, a conocer a la misteriosa chica antes de que el circo ambulante dejase la ciudad. El encuentro amoroso fue mágico e inminente, una situación animal y sin explicaciones. Marcus y la joven, caracterizada en el circo como una bruja que leía el futuro, se vieron en un par de ocasiones más, solo para dar rienda suelta a los impulsos básicos y mágicos que habían surgido entre ellos.
El circo se marchó de la ciudad y Marcus se despidió sin más de la joven. Su esposa, que se enteró de su secreto, lo echó de casa. Aquel desvarío le había costado la integridad de su vida. Desesperado, Marcus echó de menos los rubios cabellos y la alegría de su bebé. Además de su separación, también perdió su trabajo, por lo que decidió volver a la aldea para reinventar su vida de manera sencilla en las tierras de sus ancestros.
Unos años después, en el periódico se publicó la noticia del asesinato de la joven bruja del circo ambulante, la que había sido su amante. Pese a que apenas la conocía, sintió mucho su muerte.
Tiempo después, una noche aparecieron en su casa unos personajes extraños que cambiarían su vida y su destino: orz de Thiram. Eran seres altos y robustos, de piel azulada y pelo rojizo, que usaban gafas de sol, incluso de noche. Iban vestidos con un traje a medida y corbata. Entraron en casa de Marcus por la fuerza y le soltaron a los pies un aparato de forma tubular, el mismo que le habían entregado a Chank el Deforme en el lejano Qaion.
Obedeció todo lo que le dijeron los orz en las pocas palabras que hablaban en el idioma de Marcus. En el momento en que se puso en el antebrazo el brazalete, entendió su idioma a la perfección. Las molestias musculares ocasionadas por la edad se le curaron y adquirió una fuerza sobrehumana; el poder de su familia surgió desde lo más profundo y el ego de Marcus creció: era Marcus el Recio.
De la máquina de su antebrazo surgió la imagen de un ser blanco, de mirada roja y cruel. Se presentó a sí mismo como Thiram, emperador del planeta Orz. Marcus se arrodilló y le prestó el juramento de ayudar a encontrar al humano que buscaban para aniquilarlo. Esa fue la única orden que recibió, eliminar a un ser humano. El brazalete iba a ayudarle a encontrarlo, pues ese aparato tan tecnológico y especial era capaz de rastrear seres genéticamente diferentes que estuvieran en un radio cercano.
Aceptó, aunque no de buen grado, porque entendió lo engañoso del contrato: o mataba a ese humano o sería asesinado por ellos. Eran extraterrestres y no eran amigables. Marcus ató cabos y entendió por qué su familia había sido tan especial desde siempre; por alguna extraña razón, tenía algo que ver con aquella raza alienígena.
Marchó de su aldea con el grupo de orz y lo llevaron a su base, una nave espacial escondida en un valle alejado de la civilización. Allí le ayudaron a desarrollar sus habilidades como orz. Marcus confirmó que era uno de ellos, un vástago surgido de unos antiguos exploradores que habían viajado a la Tierra siglos atrás. Fue un extraño honor, pues no parecían criaturas amigables a primera vista.
Pronto comenzaron la búsqueda por distintos lugares del planeta. En una ocasión, en un monasterio liquidaron, sin mediar palabra, a un niño oriental, porque el brazalete lo marcaba como individuo peligroso. Marcus no entendía qué culpa tenía ese inocente niño que meditaba. Aquella crueldad le hizo replantearse su misión y decidió que debía escapar como fuera de aquellos alienígenas.
Cuando Marcus adquirió la plenitud de sus nuevos poderes como orz, que le permitían transformarse en un ser idéntico a ellos, gigantesco y fuerte, incluso sin el brazalete puesto, comenzó a tramar su escapatoria. Sabía que podría enfrentarse de igual a igual a los orz cuando llegara el momento.
Uno de los orz de aquel grupo, uno un poco más pequeño y simpático que los demás, llamado Cooban y con el que había entablado amistad, le contó que en la Tierra había otra nave-base más de Orz y que habían encontrado a otro híbrido como Marcus. El híbrido se les había unido y, por sus méritos, Thiram lo había nombrado capitán, algo que sorprendió a Marcus.
Con el paso del tiempo y cansado, Marcus se sinceró con Cooban y le dijo que no aguantaba aquella situación, porque no se veía capaz de asesinar a otros humanos. Cooban, que entendía los sentimientos de su amigo, pues a veces parecía muy humano, le contó cómo, en una ocasión, al asesinar a una bella joven que era objetivo de Thiram, dejó escapar a su hijo, a pesar de que tendría que haber acabado con él; pero, por suerte para él, nadie se había dado cuenta de su acción.
Marcus quiso saber más y preguntó por la época en la que sucedió el asesinato, el lugar y los rasgos de la joven. Llegó a la conclusión de que los orz habían asesinado a su amante, la muchacha del circo, y que tal vez aquel crío era hijo de Marcus.
Marcus escapó de la nave, con la idea de proteger a su hijo como fuera. Cuando había recorrido apenas unos metros, los orz comenzaron a seguirlo. Cooban se puso delante para protegerlo, aunque Marcus no volvió a verlo y logró escapar. Tras sus pesquisas, se enteró de que su hijo se llamaba León y que hacía tiempo había abandonado el circo donde se había criado.
Atando cabos, Marcus llegó a la conclusión de que Thiram y sus secuaces asesinaban a religiosos y a gente que tuviera poderes psíquicos desarrollados. León, hijo de Marcus y de la chica del circo, debía de ser especial y único: mezcla genética de orz y de psíquico. Hubo algo demasiado antinatural en su relación con Caty, la pitonisa. Esa atracción no había sido normal. Esa pasión fuera de toda lógica parecía haberse tejido por los grandes poderes que movían los hilos y los destinos del universo.
Buscó y buscó sin quedarse demasiado tiempo en el mismo sitio y con cuidado de no usar mucho el radar del antebrazo, que se alimentaba y se encendía con la energía corporal, para no atraer a los orz que lo perseguían.
Una noche de invierno, en la ciudad, bajo las luces de las pocas farolas que funcionaban y, encontrándose escondido en la esquina de un callejón, justo cuando había perdido la esperanza, encontró al que suponía que era su hijo. No había tiempo que perder, pues ambos corrían peligro.