Argón se sentía libre al volar con sus nuevas alas de vamp, un placer del que lo había privado Chank antes de que lo desterrara de su planeta natal. Pero pensar en el falso visionario no le amargaría aquel gusto de sentir la brisa de su planeta de acogida y disfrutarla mientras volaba no como un pájaro, sino como un verdadero vamp de Qaion.
Hacía rato, el brazalete casi mágico de Thiram le avisaba de que había una señal de un híbrido, que apuntaba al norte. Gracias a sus renovadas alas se dirigía hacia allí a toda velocidad, con el objetivo de encontrar al Único. La misión que le asignaron hacía tanto tiempo en Qaion se había convertido en una auténtica carrera contra reloj, porque el otro competidor era Thiram.
Ya de noche, el vamp sobrevolaba una moderna ciudad humana, con altas construcciones de piedra y extraños transportes ruidosos con luces, que se movían a toda velocidad; no había rastro de caballos. Argón había pasado demasiados años vagando como espíritu por el universo mientras su cuerpo dormitaba en la cueva con Gyo-ko y el tiempo en la Tierra había avanzado sin él. ¿Qué habría pasado en Qaion?
Entre las azoteas de aquellos edificios tan modernos, vio como un orz de Thiram corría, saltaba y miraba con ansiedad su brazalete, buscando una pista que le llevara al Único. Argón se quitó el suyo y empezó a volar hacia arriba para pasar desapercibido de los secuaces de Thiram, con cuidado de no perder de vista al orz.
Escondido en un callejón de la ciudad, bajo las luces de las pocas farolas que funcionaban, Marcus miraba al muchacho llamado León y reconoció en él los rasgos físicos de su propia familia. No había duda. El chaval llevaba en la mano una botella de absenta medio vacía, estaba apoyado en la pared y acababa de vomitar. Marcus se acercó y lo cogió por el pecho.
—¡Maldito borracho, espabila! —le gritó. Con la prisa que tenía por esconderse, había perdido los nervios al presentarse ante su hijo.
—¿Qué quieres, idiota? ¡Suéltame! —León no entendía nada y su embriaguez no lo ayudaba.
—Soy Marcus, tu padre…
—¿Mi padre? Pero ¿qué dices? —León no creía a aquel loco que lo había agarrado con violencia.
—Vengo a protegerte de los que asesinaron a Caty, tu madre. Tenemos que huir. ¡Espabila! —Marcus miraba hacia los lados, nervioso, y el miedo le liquidaba la paciencia.
—El hombre gigantesco de piel azul… —recordó León, que empezaba a creer a Marcus.
Marcus soltó a León y sacó de su chaqueta un aparato tubular fabricado en un extraño material, un brazalete.
—Cógelo. Lo necesitarás para transformarte en lo que eres, un ser azul gigantesco y fuerte como ellos. Así podrás protegerte. También te curará en caso de necesidad, aunque con el inconveniente de que, si te lo pones en el brazo, pueden localizarte con extrema facilidad. —Hizo una pausa mientras León miraba extrañado aquel aparato—. Además, no sé qué poderes te concederá si te lo pones, pues desconozco cuál es la herencia genética de tu madre. ¡Justo por eso la asesinaron!
—¿Qué locura es esta? ¿Te estás quedando conmigo? ¿Me quieres volver loco? —preguntó León, sin acabar de creerse lo que le decía sobre poderes, herencia genética y una máquina que curaba y daba poder.
Tras Marcus, apareció una enorme figura, un señor gigante, de pelo rojizo y musculado, vestido de traje; su presencia era terrorífica. El tipo agarró a Marcus por el cuello con su gran manaza izquierda y con la derecha le hizo al padre de León un agujero imposible, atravesándole la espalda hasta sacar el brazo por el estómago. El terrible grito de dolor de Marcus retumbó en todos los edificios de aquella calle.
El padre del chaval cayó al suelo como un muñeco y parecía muerto. El gigante se quedó mirando a un León petrificado y el brazalete que llevaba en el brazo el monstruo empezó a hacer unos extraños pitidos, como indicando algo. Buscaban a León para matarlo y Marcus se lo había servido en bandeja.
El monstruo dio un paso adelante con una extraña sonrisa de prepotencia en los labios, pero Marcus le agarró la pierna lo más fuerte que pudo y se transformó en un ser de tez azul, musculoso como aquella bestia, y lo tiró de espaldas.
El orz de Thiram cayó a peso muerto contra el suelo y Marcus, transformado y mortalmente herido, se levantó con dificultad para ponerse entre el muchacho y el secuaz del emperador.
—Vete ahora, León. Eres muy importante. ¡Corre! —gritó su padre con dificultad y una voz grotesca, como grotesco era el monstruo en el que se había transformado a los ojos del muchacho.
León no dijo nada y corrió todo lo que pudo, agarrando fuerte aquel brazalete que le había dado su padre en un encuentro tan escueto como trágico.
El orz se levantó muy enfadado, casi rugiendo.
—Maldito híbrido, nunca debimos confiar en ti. Te liquidaré y el próximo será él.
Se abalanzaron uno sobre el otro y se golpearon con brutalidad. Cayeron hacía atrás, al suelo de nuevo. Marcus no pudo levantarse; estaba exhausto y perdía sangre. El híbrido volvió a su estado normal de humano mientras el orz se levantaba, riéndose. Marcus miraba a su enemigo con desesperación desde el suelo mientras se formaba un charco de sangre a su alrededor.
Un ser alado bajó desde los cielos a reunirse con ellos.
—Entiendo que el que acaba de huir es al que buscabas, pero te he encontrado yo antes —dijo Argón con ganas de lucha. El mismo odio que había sentido por los bastardos, lo sentía ahora por los orz.
—Pagarás por lo que les has hecho a mis compañeros. Te haré a ti lo mismo que hicimos en tu maldito planeta en el pasado —lo amenazó.
—No recuerdo que sucediera así la batalla de los campos de Qaion. Pero, ahora que lo dices, has tocado un tema doloroso… Prepárate, títere de Thiram. —El vamp frunció el ceño al recordar a Argum, su padre, y desenfundó la espada del dragón.
Con su furia brutal, el orz dio un paso para golpear a Argón, que, agachándose a toda velocidad y con una filigrana de su espada, le cortó de cuajo el pie adelantado. Mientras el orz, perplejo, perdía el equilibrio, la espada del dragón se le clavó en el cuello con facilidad. Thiram había perdido a otro de sus secuaces en la Tierra.
El vamp guardó su espada, tras limpiarla de sangre orz con la chaqueta de su enemigo muerto, y se acercó a Marcus, que yacía moribundo. Le puso en el antebrazo la máquina que le había quitado a aquellos orz en la cueva, pero no funcionó.
—Gracias, amigo… pero, en estos casos, la maquina ya no sirve… la herida es muy grave… Es mi final —le dijo con dificultad Marcus—. Ayuda a León, ayuda a mi hijo, es el Único… al que busca… Thiram.
—¿Cómo sabes que tu hijo es el Único? ¡Contesta! —preguntó Argón, que pensó que la suerte estaba cada vez más de su lado.
—Thiram lleva matando religiosos, médiums y gente con poder espiritual desde hace mucho tiempo. La madre de León era una pitonisa y la asesinó… era un ser espiritual y yo, una quimera de orz. Estoy seguro. Es él. León es un híbrido único, al que busca Thiram, y creo que le teme. —La sangre le salía del estómago a borbotones.
El vamp recordó a Gyo-ko, el anciano que lo había ayudado a encontrarse a sí mismo y liberarse de la maldición de Chank en un momento de necesidad. Aquel oriental también debió de ser un híbrido de ser espiritual, un semidiós.
—Protegeré a tu hijo, es mi cometido. Muere en paz —dijo Argón, que al ver la sangre sintió hambre; llevaba tiempo sin alimentarse.
«Podría alimentarme de él y salvarlo, pero ¿qué clase de criatura sería, si lo dejo vivir?… Baladi», pensó Blad mientras mordía el cuello de Marcus y bebía la poca sangre que le quedaba.
Baladi. Su vieja amiga le vino a la mente de nuevo. La sangre de Marcus, un híbrido entre humano y orz, ya la había probado en el pasado. Se sentía increíblemente fuerte al beberla. Se puso en pie, desenvainó la espada del dragón y con una filigrana separó la cabeza del cuerpo del inerte Marcus. No se atrevía a dejar ningún vampiro mezquino y además híbrido de orz, suelto por el planeta Tierra. Tenía que buscar a León, el Único, que acababa de huir y no debía de andar lejos. Volvió a ponerse el brazalete y desplegó las alas para volar, fascinado por el poder que sentía.
León, aturdido y en estado de shock, corrió todo lo que pudo, salió de la ciudad y se escondió en un gran bosque que conocía de oídas: la colina del aullido.