El lugar era magnifico para Argón, una gran colina llena de frondosos bosques donde el humano moderno aún no había enturbiado el entorno con sus malas artes y tampoco había plantado edificios gigantes. Argón usaba sus alas y planeaba a gran altura, en vuelo lento hasta que consiguió vislumbrar a un humano joven que iba acompañado de un lobo. La búsqueda tocaba a su fin y además con sorpresa.
—¿El Único y el Ancestro juntos? Las tres lunas me vuelven a prestar ayuda. Ese debe de ser León —se dijo Argón.
Sabía que los orz también estaban a punto de dar con él. El chico se había puesto el brazalete y por eso Argón lo había encontrado, por un llamamiento insistente del ruidoso radar.
«Menuda estupidez», pensó Argón.
La demora en encontrar a León lo había puesto nervioso; el radar de Thiram no funcionaba tan bien cuando había montañas, cuevas, barrancos o grandes terrenos escarpados. León había sabido esconderse, pero, por curiosear o por curarse alguna herida grave, había encendido el maldito radar brazalete.
El adolescente y Lobo se encontraban en el borde de un acantilado, a donde se acercaron un orz y un chaval de cabello rubio que sería de la edad de León, ambos vestidos con traje oscuro y elegante corbata.
«Otro híbrido más. ¿Un hijo de Marcus? Y acompañando por un Orz…», pensó Argón, que descendió un poco y esperó a ver qué pasaba con los nuevos secuaces de Thiram que acababan de aparecer.
León dio un paso atrás, temblando de miedo, pues temía a los orz más que a nada en el mundo. Lobo enseñó los dientes y el lomo se le erizó. El animal se había hecho inseparable del chico y se puso delante de él para defenderlo.
—De… dejadme en paz —dijo León.
—Estamos cansados de buscarte. Te has escondido bien y ahora mismo el radar nos dice que eres el objetivo que nos han ordenado liquidar —contestó el chico rubio, con una sonrisa de prepotencia y una mirada de odio y asco hacia León.
Lobo sintió cómo crecía el miedo de su amigo y no pudo contenerse; atacó directamente al humano, pero, justo antes de clavarle los dientes, el orz que acompañaba al híbrido enganchó al animal del cuello con su manaza y lo levantó como un muñeco. Lobo intentaba liberarse entre dentelladas, gruñidos y sollozos.
—¡Dejadlo! —gritó León, al que se le saltaron las lágrimas, porque le había cogido cariño a Lobo. Sentía rabia e impotencia.
—Ponte ahora el brazalete y usa tu ira para transformarte. Así veremos de lo que eres capaz… León… el Único. Aunque a mí me parece que no eres nada más que un cobarde —dijo el humano, riéndose, mientras Lobo empezaba a perder las ganas y a claudicar ante la presión que le ejercía el orz gigantesco.
León hizo caso a su enemigo y se puso el brazalete. Sintió dolor, dolor y poder. León usó su ira y miedo, y se transformó por primera vez en un híbrido de orz, un gigante musculado y de piel azul, como ellos, como los que temía. Un poder que nunca había sentido recorrió todo su cuerpo. No podrían con él.
Su enemigo humano hizo lo mismo, pero con más facilidad, y también se convirtió en un orz gigantesco y musculado. León corrió a atacarlo. El recién convertido lo esquivó con facilidad, le agarró el brazo y le arrancó el brazalete. León volvió a su estado humano. Su enemigo aprovechó para pegarle una patada en el estómago. León jamás había sentido tanto un golpe. Escupió sangre y cayó al suelo, derrotado.
—No eres nada. No eres nadie, Único. ¿Para esta basura perdemos el tiempo? —preguntó el monstruo de cabello rubio y voz atronadora.
León alzó la vista para mirar a Lobo, que seguía atrapado por el otro orz gigantesco que reía con terribles carcajadas. Sin que lo esperara León, su enemigo lo agarró del cuello y lo levantó como si fuera un pelele.
—Deja de mirar a tu amigo y mírame a mí. ¿Te gustaría volar? —le preguntó con aquella voz grotesca el humano convertido mientras lo llevaba al barranco, sin dejar de reír. Iba a dejarlo caer por aquella pared y León moriría estampado contra las rocas, allá abajo.
Argón supo que era el momento de actuar, plegó sus alas para ganar velocidad y agarrar a León antes de que muriera estrellado en el suelo.
—¡Adiós, Único! —gritó el híbrido y tiró por el barranco a León, que estaba aterrorizado y no dejaba de mirar a su amigo Lobo.
Mientras León caía, de sus ojos surgió un resplandor verde, una ira. El muchacho desprendía un aura azul, un aura esférica que le hizo frenar para después levitar hacía arriba, como si no le afectara la gravedad.
Argón se quedó parado en el aire, petrificado. El híbrido dio un paso atrás, dudando. León pegó un grito y los brazaletes–radar del humano, del orz y de Argón estallaron en mil pedazos, haciendo que el híbrido humano volviera a su estado normal. Los ojos de León ardieron de nuevo. La mano del orz soltó a Lobo y crujió, mientras el gigante gritaba de dolor; le había partido el brazo solo con pensarlo.
León dejó de levitar y sus ojos con aura verde volvieron a la normalidad. Su enemigo, ya como humano, cayó de rodillas, perplejo ante lo que acababa de ver. Lobo fue junto a León, que estaba exhausto. El orz con el miembro partido fue a atacar a su objetivo para acabar con aquella misión cuanto antes.
Argón aterrizó y se interpuso entre León y el orz gigantesco. El vamp se mostró majestuoso y poderoso con sus alas verdosas totalmente desplegadas y su espada del dragón brillando al sol.
Argón tenía ganas de sangre. Miró a su enemigo a los ojos. El orz dolorido del brazo, perdió la valentía pues ya había llegado a sus oídos quién era aquel vamp y qué había hecho con otros orz. El gigante, asustado, dio dos pasos atrás y comenzó a correr, pero, antes de que se diera cuenta, volvía a tener en frente a Argón, que aprovechó para clavarle la espada en el pecho y morderle en el cuello para alimentarse.
León se quedó perplejo, pero pensó que el enemigo de su enemigo, solo podía ser amigo suyo; Lobo miraba sin más y no sintió peligro por la presencia del vamp.
Argón cortó la cabeza al orz para evitar que se transformara en un vampiro monstruoso y mezquino. Acto seguido se acercó al humano híbrido y le colocó el filo de la espada en el cuello, amenazándolo.
—¿Por qué sirves a Thiram? ¿Cómo te llamas? —preguntó el vamp, apretando cada vez más el filo cortante de la espada del dragón en el cuello del muchacho.
—No… no tengo otra cosa, por eso le sirvo… Me llamo Iván. No me mates, por favor —le pidió el chico rubio mientras se le escapaba una lágrima que solo vio Argón; el muchacho parecía emocionalmente roto.
—No te vuelvas a equivocar de bando, Iván. Yo soy Argón, o Blad, como quieras llamarme. —El vamp hizo una filigrana y enfundó su magnífica espada del dragón. Ayudó a levantarse a Iván, ofreciéndole la mano, pues a ojos de él, era solo un niño. Hizo lo mismo con León, el Único, al que dio dos palmadillas en la espalda; por falta de confianza no le dio un abrazo, pues llevaba siglos buscándolo. El vamp se agachó y acarició un rato a Lobo, tocándole el lomo y el pecho. El animal le devolvió el cariño, oliéndolo y lamiéndolo.
—Tú eres humano. ¿Por qué quieres matarme? No te he hecho nada —preguntó León a Iván, mientras Lobo le lamía la cara.
—Eso. Cuéntanos tu historia, Iván —ordenó Argón.