Que los orz encontraran a Iván fue lo mejor que le había pasado al híbrido en la vida. Hasta la llegada de los secuaces de Thiram, sufrió mucho. Sus padres se divorciaron cuando él aún era un bebé; Iván no sabía si su padre se había desentendido o su madre se negaba a que tuviera trato alguno con él, aunque estaba seguro de que fue una mezcla de ambas circunstancias.
Cuando Iván contaba con doce años, su madre falleció por enfermedad; aquel mal actuó rápido y la pobre mujer murió deprisa. Al carecer de familia y con un padre ilocalizable, lo llevaron a casas de acogida.
Durante varios años estuvo cambiando de lugares de acogimiento y jamás fue feliz. En aquellos sitios solo encontró maldad tanto en sus compañeros, como en los tutores; no encontró ningún tipo de cariño que echó en falta.
Justo antes de la mayoría de edad, lo enviaron a la que fue su última casa de acogida. Fue la peor. Había adolescentes en edad de demostrar su fuerza, crueles, con los que Iván se peleó desde el primer día. Había aprendido a defenderse atacando primero, una técnica que le había granjeado problemas con los tutores y vigilantes, pues siempre parecía que las peleas y batallas las empezaba él.
Un día, Iván luchó con uno de los capos de aquel lugar. Justo cuando pegó al chaval, todos los amigos de este lo atacaron. Iván no tuvo ayuda. Los propios tutores y vigilantes dejaron que lo golpearan, pues habían pensado que el problemático era él. Cuando despertó, estaba maniatado y uno de aquellos tutores lo golpeó en la espalda con una correa. El dolor fue terrible; tanto las molestias de los golpes anteriores como de los nuevos que recibía del tutor. Aquel tipo no paraba ante el sufrimiento de Iván y parecía golpearlo más ante los gritos de desesperación.
Iván se encontraba maniatado y de frente a la puerta. De un golpe, el portón se abrió de par en par y unos seres azules de pelo rojizo entraron. Iban vestidos con un traje oscuro engalanado con una corbata. Uno de ellos agarró del cuello al tutor como a un monigote, lo subió desde el suelo con una sola mano y le golpeó la cabeza contra el techo repetidas veces hasta que se la reventó. Lo que antes había sido un cerebro estalló en sangre y vísceras.
Los tipos gigantes, violentos y elegantes desataron a Iván y le pusieron una especie de brazalete ajustado en el brazo. Esa máquina curó sus heridas y lo energizó de inmediato. Una voz atronadora salió del aparato y aquellos tipos de piel azul se arrodillaron al escucharla.
—Iván el híbrido, acabamos de salvarte la vida, espero que valores el unirte a mi ejército y serás recompensado —dijo una voz grotesca. Había una imagen holográfica de un ser blanco, musculoso, con una mirada roja, una mirada que hacía daño.
—¿Híbrido? ¿Quiénes sois? —preguntó el chico, confundido.
—Eres un híbrido de humano y orz, un espécimen más poderoso de lo que crees. Soy Thiram, emperador del planeta de tus ancestros y señor de los hados del universo. Estos son mis hombres en la Tierra, que están ejecutando mis planes. Son orz como tu antepasado, parientes tuyos —explicó el Maldito ante el asombro del muchacho de cabello rubio—. ¿Nos ayudarás?
—Por supuesto. ¿Qué debo hacer…, emperador? —preguntó Iván, arrodillándose como habían hecho antes los orz.
—Buscamos a alguien para eliminarlo. Así de sencillo. El aparato que te hemos puesto en el brazo te ayudará a encontrarlo. A veces encontrarás a gente que no es el objetivo, pero, si el aparato da la señal, lo eliminarás sin contemplaciones.
—S… sí —respondió Iván. No le gustaba la idea de matar a alguien, pero al parecer tampoco podía negarse. Pese a su juventud, ya había captado el mensaje, la letra pequeña.
—Espero mucho de ti, Iván. Ahora acompañarás a mis hombres y ellos te ayudarán a sacar todo tu potencial, a transformarte en lo que eres. Hazles caso y usa tu inteligencia humana para ayudarlos.
Al terminar la conversación y desaparecer la voz y el holograma, los orz se levantaron. Al salir, Iván vio que se habían cargado a toda la gente de aquella casa de acogida.
«Que se jodan», pensó el chico con el sufrimiento y la ira por la paliza que había recibido hacía poco. En aquel edificio, los orz no habían dejado a nadie con vida para encontrarlo.
Ya en la base-nave espacial, Iván entabló cierta amistad con los orz, que lo ayudaron a comenzar a transformarse en uno de ellos. Vestido de traje oscuro y elegante, encorbatado y sabiendo convertirse en un gigante poderoso, a Iván y sus compañeros les saltó una alarma del brazalete radar mientras buscaban en una ciudad. En una convención espiritista liquidaron a un señor, un inocente que estaba marcado por el radar como engendro a destruir. Iván hizo los honores como bautismo sangriento. En la misma convención hubo otro al que mataron sus compañeros. Aquella fue su primera víctima en las filas de Thiram.
Aquella noche no durmió, pero en su agonía nocturna por haber asesinado a un semejante, dio con las motivaciones del emperador: estaba liquidando a seres con capacidades especiales. ¿Tenía miedo Thiram de aquel que era su objetivo final, el Único? ¿Tan fuerte era? ¿Tan peligroso?
Al día siguiente, se enteró de que otro híbrido, un tal Marcus, se había unido a las filas del otro equipo de orz que buscaban al Único. Pronto partieron en la nave a otro país, buscando con el radar brazalete. Dieron con una especie de religioso que estaba allí de misión humanitaria, un señor de avanzada edad al que Iván abatió sin contemplaciones. Uno de sus compañeros, al seguir la señal del radar, mató a un niño. A Iván aquello no le gustó, pero miró para otro lado.
Ese mismo día en la base, uno de los orz que era un buen tipo, parecía arrepentido de lo que sucedió aquel día. El pobre gigante, que tenía mala conciencia, confesó a Iván que no le gustaba matar inocentes. Por alguna extraña razón, Iván hizo saber esto a Thiram. El emperador lo obligó a liquidar a su compañero.
Iván se transformó y luchó con el orz renegado hasta que le arrebató la vida. El emperador agradeció al híbrido su valor y lealtad, convirtiéndolo en capitán de sus escuadrones en la Tierra. Poco después, los poderosos orz morían a manos de un enemigo desconocido más fuerte que ellos, que podría ser el Único, y Marcus traicionaba a sus compañeros del otro escuadrón.
—Capitán Iván, ha aparecido un nuevo enemigo y han fallecido tres de sus compañeros orz. Es hora de que demuestre de nuevo su valía. Espero que su inteligencia humana destaque sobre la de los orz a los que acompaña —le ordenó Thiram—. Destruya a este objetivo, después encuentre al Único, mátelo y su misión en la Tierra habrá concluido. Viajará a Orz, donde será recibido con los honores que se merece. Confío en usted, no me falle.
—No habrá fallos, se lo aseguro, emperador Thiram —respondió Iván, arrodillado ante la imagen holográfica de su señor, al que temía. Pero también tenía miedo de aquel ser del que hablaba el Maldito, el que había podido él solo contra tres de sus amigos orz. Además, había llegado a sus oídos que el Único era el hijo de Marcus, que acababa de fallecer.