En Qaion, donde estaba situada la frontera entre ambos pueblos y frente al gran árbol glob que aún albergaba clavada la garra legendaria de los kant, se encontraba abandonada la Sala de los Horizontes Comunes desde que el falso visionario rompió la paz… Hasta aquel trilunio.
Todos los kant y vamp se reunieron para celebrar de nuevo la unión de Qaion y la venida del Único junto al Ancestro, como había augurado Cho. Fue la mayor fiesta jamás celebrada, pues estaban a poco tiempo de que los atacara el ejército de Thiram; no sabían lo que les tenía preparado el destino, pero lo combatirían unidos.
Para la fiesta y también por necesidad, vistieron a Iván, León y Argón con la piel de un kant honorable; a los humanos, porque el extraño frío y el viento de Qaion se les hacía insoportable, a Argón porque su estancia de siglos en la Tierra había transformado su cuerpo y necesitaba adaptarse aún. Arkanium vistió a los tres con partes de la piel del rey Aullador, reliquia del pueblo kant y un honor que agradecieron con una gran reverencia, sobre todo Argón pues entendía más que nadie el significado de aquel presente: para él, más que un rey, Aullador había sido un guerrero que, incluso a su vejez, decidió combatir contra el enemigo de todo Qaion y morir de manera noble en el campo de batalla para redimir los males que hizo a su pueblo.
Los gobernantes de Qaion, lejos de tener miedo, advirtieron en el brindis a todos los habitantes del planeta: se acercaba la guerra, pero no había nada que temer. Tenían al Único, al Ancestro, al kant visionario y a los trillizos vamp. Incluso se atrevieron a nombrar ante los kant, que estaban protegidos por la base militar, la megaestructura que unía las lunas Grandax, Trampax y Zaas. Aquella fue la mayor de las fiestas jamás vistas en el planeta y la disfrutaron sin temor alguno a la guerra que se acercaba. Las banderas y estandartes de la unión del planeta se mostraron otra vez con orgullo y devoción.
En la propia fiesta y en medio del jolgorio, se armó en secreto una reunión y los gobernantes de Qaion fueron con cuidado abandonando el lugar para acabar escabulléndose a la cárcel–laboratorio de Frehac, en lo profundo de las raíces del árbol glob.
En el laboratorio, que sin la nave había quedado casi vacío de aparatos, habían instalado una gran mesa donde se encontraban ya sentados diferentes representantes: el rey Arkanium y Karel, por los kant; Iván y León, con Lobo bajo sus piernas, por la Tierra; Sirium, Frehac y los trillizos Argón, Argol y Arnuya, por los vamp; y Bum Bum por los bart acuáticos de Qaion. El ser, siempre contento, daba vueltas entusiasmado alrededor de los tres hermanos, porque le alegraba que estuvieran de nuevo juntos, como cuando eran críos, y de vez en cuando se iba a molestar a Lobo, que jugueteaba con él, dándole amables y cariñosos zarpazos.
—Puedo jurar por la garra que jamás ha tenido Qaion una reunión histórica con personajes tan ilustres. —A Sirium se le veía rebosante de orgullo al decir esas palabras como preámbulo de la conversación secreta que se disponían a mantener—. Bienvenidos seáis todos a la cárcel–laboratorio de Frehac, en la que hemos conspirado, saltándonos innumerables venias, faltando el respeto a la ley, pero pensando en la supervivencia de nuestro planeta.
—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! —dijeron todos. Bum Bum parecía más feliz que nadie de aquella sala; dio todavía más vueltas por la mesa a gran velocidad.
—Con mucha dificultad y algún mal entendido, hemos llegado a este momento. —El gobernador miró a Argón—. Cho el Oscuro, el Gran Visionario, allá donde esté, se sentirá feliz, pues lo hemos conseguido… Aunque esto aún no ha acabado.
Argón asintió con la cabeza y frunció el ceño, pues él solo tenía en mente a Thiram y aquello no había concluido para él; en eso tenía razón el gobernador.
—El esfuerzo de todos nos ha traído hasta aquí —añadió Sirium, mientras los demás lo escuchaban en silencio y con atención—. Pero he de recalcar la labor sin descanso del profesor Frehac, que, pese a las trabas económicas que mi política le había creado, consiguió mantener vivo el deseo de su amigo Cho, nuestro guía.
—Yo he de decir que Sirium el vamp ha superado con creces a Sirium el político. Quiero agradecerle su apoyo y, sobre todo, su astucia, porque si en secreto no hubiera destinado fondos y hubiera buscado la manera de mantenernos ocultos a los ojos enemigos en este lugar recóndito, no podríamos estar aquí ahora —comentó Frehac. Había surgido entre los conspiradores una amistad curiosa, porque antes no se tenían cariño—. Por favor, gobernador, cuénteles cómo comenzó todo.
—Gracias, profesor, espero que Arnuya, mi secretaria personal, nos disculpe por haberla mantenido al margen de este secreto —dijo el político.
Arnuya le sonrió al gobernador y puso de nuevo su mirada en León.
—Bien, ocultándome, llegué al laboratorio de Frehac. Chank, con sus aires de grandeza, había conseguido cerrar la Sala de los Horizontes Comunes, lanzando más que visiones y órdenes que incomodaron a los kant y rompieron nuestra paz. Quizás ahí debimos clavarle una garra en la cabeza, pero por el respeto que teníamos a su tío y porque las cosas que decía tenían lógica, no lo hicimos.
—Buenos kant murieron después —dijo el rey Arkanium, que mostraba su diente sin querer, levantando el labio del hocico al recordar aquello.
Argón hizo un sonido extraño con la garganta y se sentó mejor en el asiento.
—Majestad Arkanium, tiene razón, pero no es esa la cuestión ahora. Como he dicho, esa misma jornada, ocultándome, llegué al laboratorio de Frehac. Discutimos sobre la veracidad de las palabras del falso visionario, y las pesquisas del profesor referentes al material alienígena del transporte nos hicieron pensar que había algo que no iba bien.
—Cierto. La aleación del transporte orz no concordaba con los metales precursores para fabricarla que hay en nuestras lunas —dijo el profesor, tocándose la barba.
—Con cierto disimulo y secreto, dejé caer una nota al profesor, diciéndole la localización exacta de este laboratorio–cárcel donde nos encontramos y que acababa de obtener los fondos necesarios para sus investigaciones. En nuestra primera reunión, hablamos de enviar a un guerrero adulto, pues el primer transporte era experimental y solo podía viajar un vamp —explicó el gobernador—. En el siguiente, donde podrían ir más vamp enviaríamos a la Tierra a los favoritos de Cho cuando crecieran, para encontrar al Único. Queríamos enviaros juntos a Argol y a Argón, y así todo encajaría con los deseos del verdadero visionario.
—Vaya… mi hermano y yo allí… juntos… —dijo el vamp tuerto mientras se dirigía a su hermano. Argón miró muy serio a Sirium. Bum Bum pareció imaginarse la situación, porque se balanceó con su bola en la mesa entre los dos hermanos.
—Entonces, pasó aquel incidente con la garra y en el juicio, donde Chank se adelantó, con su sentencia de enviarte a la Tierra. La idea no terminaba de cuadrarme, aunque pensábamos, Argón, desde siempre, que eras el mejor de los vamp de tu generación: audaz, atrevido y brutal con la garra. El profesor, en secreto, me dio el visto bueno y aceptamos —contó Sirium, evitando mencionar el hecho de que los soldados obedientes a Chank le cortaron las alas.
Argón siguió mirando muy serio al político y al profesor.
—Justo entonces, teníamos retenido al general Karel que os salvó, como un regalo de los dioses. Se nos dio a conocer como visionario, un heredero claro y directo de Cho. Planeamos con él que, en un tiempo, con el nuevo transporte, enviaríamos a los tres de Qaion a encontrar al Único y a rescatar a Argón. Tres guerreros que representarían a cada una de las lunas y de las civilizaciones de nuestro planeta… —añadió Sirium—. Y aquí estamos. Ni qué decir tiene que todo ese tiempo Chank intentó por todos los medios ocultar o menospreciar en el consejo la idea de enviar un nuevo transporte para encontrar al Único y al hijo de Argum. —Esbozó una sonrisa.
Karel asintió, sonriéndole a su amigo Argón y al rey Arkanium. El regente de los kant se sentía más orgulloso por su general que por sí mismo.
—Esa acción del gobernador, dejando la nota secreta en mi laboratorio, fue más importante de lo que parece… ¿Veis esto? —preguntó el profesor Frehac. En la mano tenía una pequeña pero extraña bola y la mostraba a todos. Su ojo mecánico hacía movimientos como si tuviera un tic nervioso al mirarla.
—¿Qué es? —preguntó el rey Arkanium, que estaba a su lado y le llamó la atención el pequeño aparato esférico.
—Empezaré desde el principio —dijo el profesor, ante la mirada atenta de todos—. Todo comenzó hace años trilunares, cuando empecé a estudiar las naves espaciales de transporte de nuestros atacantes gigantescos, que supuestamente venían de las lunas, cosa que nunca creí. La aleación metálica dejó de emitir una señal de una frecuencia desconocida y me sentí vigilado. Ya estaba advertido de que el enemigo nos observaba, me lo dijo el difunto visionario Cho, mi amigo. Pero, por más que lo intentaba, no localizaba aquella señal —añadió—. Cuando el sobrino del visionario comenzó sus predicciones acertadas, lo investigué como pude para localizar aquella frecuencia, pero no lo logré. Dejé el tema de lado, pues tenía que dedicar mis esfuerzos a la gran base lunar y a la nave espacial.
»Pero justo cuando Argón ajusticiaba al falso visionario, la máquina de Chank envió una frecuencia y la localicé, pues yo llevaba tiempo espiándolo y llevaba siempre conmigo una máquina que detectaba y rastreaba señales.
—¡Estupendo, profesor! —se entusiasmó Sirium.
—No es para estar felices, gobernador, pues localicé que hay cientos de microsatélites como este que tengo en la mano, enviando información en esa frecuencia y registrando todo lo que aquí acontece. Thiram lleva años vigilándonos desde su planeta, a todos. Su vocero era Chank, pero no necesitaba su información, pues la tenía de primera mano con estos satélites espía. Por cierto, ya los he desactivado con una contra frecuencia altísima que los ha quemado por dentro, literalmente.
—Muy Bien. Gracias, profesor, sin usted estaríamos ciegos —agradeció Sirium.
—Sin su ciencia, no hubiéramos llegado tan lejos —reconoció el rey Arkanium. A los kant no les gustaba demasiado la tecnología, pero había entendido que militarmente Thiram los superaba.
—Maldita sea, Thiram siempre nos ha llevado algo más que ventaja. Maldito visionario traidor —dijo Argón, enfadado.
—Chank era un déspota, un malvado y un mezquino, pero el sobrino del visionario estaba amenazado por Thiram. Es posible que, en otra situación, se hubiera comportado de otro modo —explicó el profesor sin dejar de mirar el pequeño satélite redondo e inerte que tenía en la mano.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Era un malnacido! —gritó Argón, levantándose y aporreando la mesa. Lobo se levantó de repente y ladró. Bum Bum se acercó para tranquilizar a su amigo peludo.
—No… no me malinterpretes, Argón. Sé el daño que te hizo y que nos traicionó a todos, pero el falso visionario estaba amenazado a cada momento y lo sabía. Mira bien esta esfera, está armada con un dispositivo que dispara a distancia tiros mortales para cualquier vamp o kant. —El profesor soltó la esfera rodando por la mesa hacía Argón que la atrapó y la miró con interés: ciertamente estaba armada. Al revisarla se volvió a sentar, más calmado. Bum Bum también miró la bola satélite mientras volaba alrededor de Argón.
—Lo ajusticiaste con razón, hermano —dijo Argol el tuerto.
—Exacto, pero dejemos ya de lado al falso y difunto visionario… ¿Cómo pararemos al ejército de Thiram? —preguntó el gobernador Sirium, poniendo orden.
León, por una extraña razón, se sintió atraído por aquel microsatélite y, usando sus técnicas de trilero, hizo un gesto como de tocarse el pelo con una mano y robó la bola-espía con la otra. Arnuya le sonrió, pues lo pilló con las manos en la masa; el chico se murió de vergüenza.
—Sabiendo esto, solo os puedo decir que contéis con todo el ejército kant. Será un orgullo proteger de nuevo Qaion junto a vosotros —propuso el rey Arkanium.
—Una bomba… llevaremos al planeta de Thiram una bomba —ideó el profesor de repente, como si se hubiera iluminado.
—Pero la guerra es aquí —intervino Sirium, extrañado.
—El profesor tiene razón —dijo por primera vez Iván, que apenas había abierto la boca desde que había llegado a Qaion y, como iba engalanado con las pieles de kant, tenía un aire señorial.
—Explícate, humano —ordenó Sirium.
—Conozco a vuestro enemigo, pues pasé tiempo con ellos, intentando encontrar al Único. —Señaló a León—. Ni siquiera los orz híbridos que estaban en la Tierra eran muy inteligentes, imaginaos la inteligencia de los orz nativos de aquel planeta. Si conseguís destruir las señales de entrada y salida de La Aguja de Orz, el palacio de Thiram, es posible que el ejército que venga aquí no sepa qué tiene que hacer, pues solo obedecen órdenes del emperador y no piensan demasiado por sí mismos. Los orz siempre siguen a un jefe, a un Kayuna —explicó Iván.
—Sí, conocemos a esas bestias azules, ya luchamos con ellos en el pasado —dijo el rey de los kant.
—Entonces, necesitamos voluntarios para ir al planeta de los orz a destruirlo o a desactivar la señal que usa Thiram para controlar a aquellos seres a distancia —expuso el gobernador vamp.
—Thiram es mío —dijo Argón, con una extraña sonrisa y acariciando con una mano la cabeza de dragón de su espada como si estuviera a punto de desenfundarla.
—Yo iré con él, pero no tiraré una bomba contra los orz indefensos. En todo caso, iré solo a desactivar la frecuencia de comunicación de La Aguja y a enfrentarme al opresor de mis ancestros —explicó Iván, ofreciéndose para el cometido.
—Pero esto es una guerra, es una oportunidad para salvarnos. ¡No la estropeéis con vuestros temas personales! —vociferó Sirium, levantándose muy enfadado.
—Gobernador de los vamp, iremos allí y venceremos a Thiram. Contad conmigo —dijo Karel, que llevaba en silencio y escuchando casi toda la reunión, dando por finalizada lo que podría haber sido una discusión.
—Yo iré con vosotros, pues es a mí a quien busca Thiram. Aquí solo soy un peligro para Qaion y sus gentes. Lobo se quedará con el pueblo kant, parece que su presencia aquí ha causado gran impresión y el animal jamás fue objetivo del emperador —dijo León. Aparte de robar la esfera, llevaba todo el rato embelesado y avergonzado, sin poder dejar de mirar a Arnuya a los ojos. Ella estaba igual con él, aunque después de que León contara su intención de marcharse, la vamp se puso muy triste.
—¡Pero vais a servir al Único en bandeja a Thiram! —gritó el gobernador, que no le gustaba tampoco aquel plan de enviar a León y varios de los mejores guerreros al planeta Orz en aquel momento.
—Gobernador Sirium, cálmese. Si León lleva mucho tiempo, desde antes de que naciera, siendo perseguido con todos los medios posibles por Thiram, es porque sabe que es el Único, el que puede derrotarlo. Si el humano quiere marcharse, debemos dejar que decida él mismo. El deseo de Cho era traerlo a Qaion, no que se quedará en nuestro planeta. Aquí estamos y hemos decidido… y creo que bien —dijo inteligentemente el profesor Frehac.
—Yo quiero ir. Thiram ha matado a mis padres y ha muerto mucha gente para que diera conmigo. He de admitir que tengo miedo, pero debo ir —se sinceró León.
—No debes tener miedo. Yo he visto lo que pasa cuando tu poder aflora. El que debería temer es Thiram —dijo Argón.
—Yo pude comprobarlo hace poco. En el aterrizaje nos salvaste —admitió Karel.
—Siento que mi destino está en Qaion, con mis hombres, luchando con el ejército vamp, así que no os acompañaré —dijo Argol, mirando a su hermano con tristeza. Bum Bum estaba relajado sobre la mesa, pegado al cuerpo del vamp. Argón le devolvió la mirada con un gesto de aprobación.
—Así se hará, pero no hoy. Ahora volvamos a la fiesta sin llamar la atención, divirtámonos, y mañana se decidirá todo —ordenó el gobernador Sirium.
—Que tengamos paz esta noche. Mañana los vientos hincharán vuestras alas y la roca afilará nuestras garras —se despidió con solemnidad el rey Arkanium.
Poco a poco se fueron levantando todos y de uno en uno salieron de aquella cárcel secreta, pero Frehac se acercó a Argón y lo agarró por el hombro:
—Espera. Estaba impaciente por hablar contigo.
Karel se paró en seco a escuchar aquella conversación de los vamp y dejó que su rey se fuera sin él mientras charlaba con el gobernador.
—Te escucho —dijo Argón, agarrando cariñosamente la mano del profesor, pues al viejo científico era al que único que apreciaba de la élite vamp.
—Yo más que nadie tengo que pedirte disculpas, Argón. Mi falta de rigurosidad y fallos en los cálculos básicos te pudieron costar la vida. Solo tengo una explicación para que estés aquí ahora delante de mí, con vida —le contó el profesor mientras su ojo mecánico se movía nerviosamente y le caía una pequeña lágrima de sangre vamp por su ojo normal.
—Explíquese, profesor. —Argón lo miró con interés y seriedad.
—Para cuando te enviamos a la Tierra, caí en la cuenta de que el aterrizador de tu nave fallaría. No calculé bien cuál sería la gravedad del planeta ni el roce de su atmósfera con los materiales del transporte. Que hayas sobrevivido a ese calor por fricción y al golpe del aterrizaje dice mucho de tu fortaleza y resistencia. Cuando tu vehículo dejó de emitir señal, mis temores se hicieron reales… —dijo muy triste y nervioso Frehac.
—Sucedió lo peor, profesor… Los frutos globul de la nave se destruyeron en el aterrizaje. Y no se puede tachar de suerte que tuviera que alimentarme de los seres vivos que habitaban la Tierra, incluyendo en mi dieta a los humanos para poder sobrevivir.
—Sé a qué te refieres. La turba de los vamp ha apodado a los dos humanos «los globul con patas», pues a nuestro olfato parecen comestibles, como frutos —le contó Frehac con un gesto de desaprobación hacia las ideas de sus congéneres.
«Mierda… Estoy rodeado de vampiros chupasangres», pensó con miedo León, que hacía ver que no escuchaba mientras los dejaba solos y entraba en una puerta bañada por la luz de una antorcha, acompañado por Lobo; se habían quedado entre los últimos para salir de la sala. Karel siguió escuchando y observando con atención, en silencio.
—Esa ha sido la peor parte de mi «aventura» en la Tierra. No estoy orgulloso de haber cercenado directa o indirectamente tantas vidas humanas.
—Hay algo más, Argón… —dijo Frehac, que parecía avergonzado.
—Cuénteme, profesor.
—Hay un cálculo que no tuve en cuenta: el del espacio y el tiempo. Los años en la Tierra pasan a razón de cien años por cada uno de nuestras lunas. Cuando tomé consciencia de ese error, sufrí mucho por ti y, sobre todo, la vergüenza me devoró la razón —explicó con pudor—. Te he fallado demasiadas veces.
—No. Aquí estoy, de algún modo, y gracias a un humano llamado Gyo-ko, que me ayudó a entrar en un estado de ensueño mágico que preservó mi cuerpo y mi consciencia fuera de él todo ese tiempo que usted dice, el necesario para que me encontrara con Thiram. No sabía que los vamp tuviéramos ese don —contó Argón, evaluándose de arriba abajo con las palmas de las manos abiertas.
—Sé de lo que hablas y era la única manera de que te mantuvieras vivo tanto tiempo: el sueño del visionario —dijo el profesor.
—¿El sueño del visionario?
—Antes de que Cho el Oscuro tomara posesión como visionario de los vamp, hubo una época en la que nos quedamos un pequeño lapso de tiempo sin guía, porque desaparecieron los visionarios. Entonces, un trilunio, apareció Ojo Agudo, un visionario que creíamos que había muerto hacía muchas lunas. El registro de su nombre databa de la época del tatarabuelo del rey Arkanium, imagínate, Argón.
—¿A dónde quieres llegar? Venía de dormir su cuerpo una larga siesta ¿verdad?
—Exacto. Supe que volverías, si encontrabas la manera de hacer como Ojo Agudo. Sabíamos que posiblemente eras un visionario. En un momento de necesidad, vino a nosotros para tutelar a Cho y ayudarlo a hacer fuerte su visión. Paradójicamente, recurrir a la magia era la única esperanza para un científico.
Karel quedó sorprendido ante el relato del profesor Frehac, porque no sabía que un visionario pudiera tener ese poder.
—No sabía nada de ese don hasta que no lo comprobé por mí mismo. Es posible que Gyo-ko fuera un híbrido, un humano visionario, pues le debo a él la suerte de estar aquí ahora —dijo Argón.
—Yo también te condené a muerte como Chank, aunque indirectamente. Espero que me perdones algún trilunio.
—De hecho, gracias a aquel sueño recordé el apoyo que me brindó cuando estaba moribundo en la nave. No le guardo ningún rencor, profesor. —Argón le dio un apretón de manos como a un amigo. Karel los miró con aprobación, se acercó a ellos y puso las manos peludas con cariño por encima de sus hombros, pero se quedó pensativo con lo que había escuchado.
A solas en aquel pasillo, León avanzaba bajo la luz del fuego de las antorchas y acariciaba a Lobo, su mejor amigo: al día siguiente se separaría de él y jamás lo había hecho desde que se conocieron.
De repente, se apagaron los fuegos de las antorchas tras el paso de una fría racha de aire. El chico se puso nervioso y salió por un pasillo, sin saber si era por el que había entrado. Subió y subió un montón de escaleras acompañado por Lobo. Aquella torre-árbol parecía no tener fin: anduvo pasillos a oscuras y subió muchas más escaleras, desorientado, extrañado, parecía guiado por una voz que lo llamaba.
Al fin, dio con una gran puerta que estaba entreabierta y por la que entraba la luz nocturna que reflejaban los satélites. Al salir al aire libre, escuchó el sonido de la extraña música de los vamp a lo lejos; se había perdido.
Miró al cielo estrellado y vio las tres grandes lunas plateadas, enganchadas por grandes tubos artificiales, las que había descrito su madre en el diario. Se encontraba en un mirador majestuoso y al fondo de esa gran terraza, estaba Arnuya, que parecía esperarlo. Lobo salió corriendo hacia la joven vamp, meneando el rabo.
Al acercarse a la chica vamp de la que se había enamorado, ella le habló en su mente sin decir palabra y sin dejar de acariciar a Lobo.
—Bienvenido al Mirador de los Designios, León el Único.
Algo hizo en su interior Arnuya, pues los ojos de León comenzaron a arder con un violento fuego verde y él le respondió toda su verdad y sentimientos sin palabras mediante el poder de los dioses hibridado que habitaba en su ser y ella reaccionó del mismo modo. Era la primera vez que el chico sentía esas fuerzas internas de manera consciente.
Bajo las tres lunas de Qaion, el planeta de la noche, León y Arnuya se besaron e hicieron el amor hasta llegar al clímax. Para el terrícola, aquella fue más que una velada, fue un ensueño romántico del que no quería despertar. Ella llevaba esperando desde siempre ese momento.
Después, pasearon juntos, agarrados de la mano por el mirador, arropados por las estrellas. Se pararon en una esquina, donde ella había escondido un paquete envuelto lujosamente al estilo de los vamp. Era un regalo que quiso hacerle a León: la garra de Argum, el arma del clan de los guerreros del agua. Así podría luchar contra el enemigo de todos bien armado.