La nave hizo un movimiento extraño y la velocidad aminoró. Viajaba con lentitud, pues había dejado de tejer el espacio-tiempo. Por la escotilla, Argón divisaba un planeta que supuso que era la Tierra, pero no quiso moverse pues las heridas de la espalda no le permitían casi ni respirar; el dolor lo cegaba y el odio a todos los vamp le torturaba la mente.
Cuando la nave se adentró en el planeta, la temperatura comenzó a subir hasta un límite que Argón no podía aguantar. Junto al dolor que sentía, pensó que era la hora de su muerte. Las luces se apagaron dentro de la nave y la gravedad provocó que Argón comenzara a estrellarse contra el techo, las paredes y el suelo sin parar. No tenía manera de agarrarse y la inercia era brutal; las contusiones y golpes lo estaban matando. Era el primer vamp al que habían lanzado tan lejos del espacio sin unas pruebas previas.
Un instante después, se estrelló contra la pared y un último golpe sordo hizo que todo terminara.
Al abrir los ojos, dolorido, se encontró que estaba en un planeta como el suyo. La brisa suave le tocaba la cara, las estrellas extrañas brillaban en el cielo, pero faltaban dos de las tres lunas; la única que había era más clara y más lejana.
«¿He vuelto a Qaion?», se preguntó.
Al incorporarse con dificultad y dolor, sintió mucha sed, más aún cuando vio su nave destruida y tomó consciencia de que se había quedado sin provisiones de frutos globul. Lo más sensato en aquel momento sería cortarse la cabeza con el trozo de metal incandescente que tenía cerca del pie, parte del material de su nave.
Se agachó y recogió el hierro, que estaba afilado y ardiendo, tan fuerte que se hizo un corte y una quemadura en la mano. Pero no le importaba. Era el final, se quitaría la vida en ese momento… Sin alas, sin familia, sin alimento…
En la maleza que había delante de él, algo se movió. Argón aprovechó las pocas fuerzas que le quedaban y atizó rápido y fuerte con el trozo de metal. Se oyó un grito sordo de un conejo que cayó muerto. Argón lo agarró y, al ver la sangre roja que manaba a chorro del agujero que había dejado el golpe propinado al animal, se sintió con suerte y bebió del líquido. Se dio cuenta de que en ese planeta sobreviviría con facilidad; la sangre de ese animal era un manjar similar a un fruto globul de Qaion.
Gracias a su velocidad inhumana, durante esa noche cazó con mucha facilidad distintos animales que lo alimentaron y pudo recuperar parte de sus heridas, exceptuando las de la espalda, donde antes habían estado sus alas.
Poco a poco, algo empezó a fallar en aquel planeta. El cielo comenzó a tornarse claro y los animales voladores empezaron a cantar. El calor era insoportable y Argón se quedaba ciego con tanta luz. Amanecía en la Tierra, algo que jamás ocurría en Qaion.
Pasó todo el día tapándose los ojos, resguardándose en rincones y encogido, hasta que de nuevo volvió la noche. Aprovechó no solo para volver a cazar, sino para buscar un sitio donde cobijarse, si volvía de nuevo aquella luz cegadora y el calor desesperante. Argón odió sus primeros días en la Tierra.
Tiempo después, se acostumbró a la temperatura y a la luz del día. Había empezado a vivir en un bosque frondoso, junto a un río, muy parecido a su antiguo hogar en Qaion, excepto cuando era de día que se tornaba en un infierno caluroso que lentamente iba soportando un poco mejor.
Argón empezó a implorar a la Luna, a la que llamó Grandax, como la mayor de las tres de Qaion. Le pedía venganza y una manera de regresar a Qaion para ajustar las cuentas. La misión-castigo que le habían encomendado no le importaba. Además, no sabía cómo encontrar al Único. Todo eran engaños y conjeturas de Chank el Deforme, aunque Argón tenía un vago recuerdo del profesor animándolo antes de partir.
Se dio cuenta de que no era el único que rezaba a la luna. En la Tierra había unos seres muy parecidos a los kant, pero de menor tamaño e inteligencia, que además se desplazaban a cuatro patas: los perros y los lobos. Parecían ser familia de los peludos de Qaion y su rezo era un aullido a la única luna.
Una noche, tiempo después, cuando había aprendido a desplazarse por las ramas de los árboles de manera sigilosa como hacían los kant, vio por primera vez a un humano.
Se sorprendió del parecido físico que tenía con los vamp, aunque su piel era más rosada y carecía de alas en la espalda. El humano dormía junto a unas piedras y Argón se acercó a husmear. Al tenerlo cerca, se dio cuenta de que ese ser era como un gran fruto globul; olía su líquido rojo a distancia, todo un manjar para un vamp hambriento.
Argón lo mato partiéndole el cuello y bebió de él. Las heridas de su espalda terminaron de cerrarse. Al parecer, el verdadero alimento de Argón debía de ser los humanos, pues lo saciaban de verdad. Sintió miedo y desprecio por sí mismo: cada víctima se parecía tanto a un vamp, que parecía que cometía canibalismo, pero no podía resistirse a alimentarse.
Amanecía y el joven Argón se dio media vuelta para volver a su cueva. El muerto al que había dejado seco de sangre se levantó de repente para susto de Argón, aunque el humano se parecía más a un vamp pues su piel se había tornado verdosa. Argón se quedó petrificado. El humano, al palparse la herida abierta, comenzó a mirarlo de arriba abajo con desprecio. Enfadado, fue a por Argón, que estaba perplejo, para golpearlo, pero el primer rayo de luz mañanero fue a posarse en la cara del humano resurrecto. Ardió, gritó y explotó sin más, convirtiéndose en humo y polvo.
El órgano reproductor de los vamp se encontraba en sus dientes. El apareo con los humanos o alimentarse de ellos parecía transformarlos en una mezcla extraña de vamp. Una vez transformados, eran alérgicos a su propio sol, se quemaban, explotaban y desaparecían.
Poco tiempo después, empezó a correr el rumor entre los humanos de la zona de que un monstruo habitaba en el bosque. No existía humano con armas o sin ellas que pudiera con la velocidad de Argón y todos los incautos acababan siendo su alimento. Pronto fue leyenda negra en una época en que la ignorancia era dueña de las civilizaciones terráqueas. Argón se ganó el sobrenombre de Demonio del Bosque, pues todo el que entraba en la espesura de su territorio no lograba salir vivo.
Un vamp escondido entre los arboles del planeta Tierra cazaba humanos para alimentarse. Había nacido el vampiro, el demonio del bosque.