El general Karel, el kant visionario de pelaje albino, sabía que no moriría allí. Había llegado demasiado lejos para acabar estrellado contra el suelo. Se armó de valor, agarró a Lobo con una mano, a León con la otra y dio un salto con todas sus fuerzas, como solo los kants sabían hacerlo. Salieron disparados del pedazo de nave que se estrelló contra un árbol glob cercano.
Mientras se precipitaban hacía el suelo, Karel solo pensaba en una cosa: no iban a morir, lo sabía; pero León no pensaba lo mismo y gritaba como un loco desesperado mientras caían hacía el abismo, hasta que casi se desmayó.
Cuando León cerró los ojos, de ellos emanó una luz verdosa y lo que iba a ser un golpe contra el suelo fue un aterrizaje suave y en calma, protegidos tras un aura esférica azulada que provenía del chico.
Ya en el suelo, Lobo despertó a León lamiéndole la cara. El humano no sabía qué había pasado, aunque no era la primera vez que sufría aquel trance. La herencia genética de los dioses y de su madre, la pitonisa, había hecho su trabajo, salvándole la vida.
Cuando se puso en pie, a León le pareció que se encontraba en la Tierra: hacía frío, corría el viento y era de noche, pero una noche extraña, iluminada como si hubiera una gran luna llena. Acarició a Lobo y ambos miraron por primera vez las tres lunas. Parecían hechizados.
El perro aulló a los tres satélites con mucha intensidad, excitado, lo que hizo que se acercaran desde diferentes lugares seres peludos y bípedos como Karel, pero con un pelaje oscuro, de tonos grises, negros y marrones. León se sorprendió al ver a los kant.
De entre ellos surgió uno especial, fuerte, de menor estatura que Karel, ataviado con una tiara dorada y con una gran capa magenta. Era el rey Arkanium. Karel se arrodilló ante la majestuosidad de su presencia. León, que seguía junto a Lobo, también se arrodilló. Gracias a haber llevado puesto el brazalete comunicador de Thiram, entendió todo lo que decían.
—Majestad Arkanium, me presento ante ti después de pasar innumerables peligros. He ido más lejos que cualquier kant antes que yo y os traigo como presente al Ancestro de nuestro pueblo, que nos ayudará en la guerra que se avecina —dijo Karel con buenas palabras y en tono solemne.
Todos los kant se sorprendieron y se arrodillaron.
—Levántate, general, mi salvador del pasado. Durante este tiempo solo había pensado que mi amigo desaparecido estaría haciendo algo importante por su pueblo. Así que, nada has de temer —dijo el rey Arkanium, que tenía en alta estima a Karel—. Explícale a tu rey y a tus iguales tu tarea. —Se acercó y le puso la mano sobre el hombro.
—Pueblo kant —dijo alzando la voz mientras se ponía en pie—. Soy Karel, general de su majestad Arkanium y consejero real, descendiente de Grandax, el gran Ancestro, y mi pelaje albo no es una casualidad. Fui reconocido como kant visionario por el mismísimo Cho el Oscuro. Dejad ahora que os interprete los versos que los dioses compusieron sobre mí:
La paz con los vamp vendrá del príncipe que renegará del padre.
El kant de las tres lunas alzará al nuevo rey;
el hijo albo de Grandax será la esperanza de las tres.
Los kant arrodillados exclamaron una ovación e hicieron una reverencia. Un «ohh» constante no dejó de escucharse. Estaban ante el primer kant visionario que cerraría una herida religiosa histórica.
—Conspiré en secreto con Cho el Oscuro, con el gobernador Sirium y el profesor Frehac para ir a la Tierra, y traer al Único y al Ancestro de vuelta a Qaion. Eran los únicos que podían ayudarnos a ganar la guerra inminente que caerá de nuevo sobre nuestro planeta —explicó Karel—. Ahora mismo volvemos a estar en paz con el pueblo vamp. Y aquí están, León, el Único que esperaban los vamp, y Lobo, el gran Ancestro.
León estaba sorprendido, porque había pasado de borracho sin hogar a dios todopoderoso en muy poco tiempo.
El rey Arkanium abrazó con intensidad a su amigo Karel y se acercó a Lobo; se arrodilló, mostrando sumisión. Lobo, que parecía sorprendido lo olisqueó, lamió la cara del peludo rey, movió el rabo y se puso a aullar a las tres lunas. Arkanium pensó que el Ancestro le daba su bendición, el pueblo llano, también.
Como antes había hecho el padre de Arkanium, el rey Aullador, todos los kant se pusieron a aullar a las tres lunas. El sonido fue emotivo, bello e increíble.
Superado por la situación y aún aturdido, León pensó que estaba soñando. El rey Arkanium lo agarró con fuerza y le dijo:
—Eres más que bienvenido, Único entre los vamp. Ahora iremos con tu gente.
—Gracias —respondió León en la lengua de los kant, que, sin saberlo, podía pronunciar gracias al brazalete.
—Acompañadnos. Hay un presente que te pertenece, Único —le dijo el rey.
—La garra legendaria de los kant pertenece al Único y al Ancestro; ahora tendrás que sacarla del árbol —explicó Karel.
Se desplazaron a la frontera, junto a la antigua Sala de los Horizontes Comunes, donde se encontraba el gran árbol glob que tenía la garra legendaria y prohibida clavada en su tronco. Era un arma señorial, milenaria, que mataba con voltios de electricidad a todo aquel que la tocaba. De su mortal contacto solo habían salido vivos Karel y los hermanos Argol y Argón.
—Cógela ahora, León, sin miedo —ordenó Karel.
Sin mucho entusiasmo, León fue a coger la garra: introdujo la mano en lo que parecía un brazalete y no ocurrió nada.
—No puedo sacarla —dijo León, que tiraba de la garra hacía sí mismo, sin éxito.
—Ohh —exclamaron todos los kant allí presentes, sorprendidos.
—¿Por qué se emocionan? Si no soy capaz de sacarla del árbol —preguntó León.
—Porque la garra ha matado a todos los que lo han intentado antes que tú. —respondió el rey Arkanium.
—En mi planeta hay una leyenda de algo similar, pero el protagonista saca el arma de una roca —explicó León, soltando la garra y mirándose la mano, que no tenía nada. Su intento de rey Arturo había fracasado.
—Que no te haya dañado ya es mucho, un honor. Aunque, sinceramente, esperaba que la sacaras del árbol —dijo el kant albino, algo extrañado—. Quizás en el futuro puedas.
—Vayamos ahora a reunirnos con los vamp. Quiero ver al viejo Sirium. Esto hay que celebrarlo —ordenó el rey.
—Me había olvidado de ellos… ¿Dónde están los hermanos? ¿Iván? ¿Y Bum Bum? —preguntó León, agobiado de repente al acordarse de sus amigos.
Karel se puso a reír y le respondió:
—El peligro de estrellarnos lo teníamos nosotros. Los vamp tienen alas, ¿recuerdas?