—Majestad, Arklund y algunos de sus soldados han atacado a vamp inocentes en el territorio de los alados… Han matado incluso a niños —dijo un kant, arrodillado ante el trono de Arkanium, en el palacio del rey de los peludos.
El pelaje del monarca se erizó y el gruñido que empezó a emerger desde su interior delató su ira.
—¡Malditos leales a mi padre! Debimos acabar con todos tras la guerra… —casi gritó, enojado—. Y ese visionario deforme nos ha traído la ruina. Esto tendrá consecuencias.
—¿Apoyaremos la revuelta del general Arklund? ¿No debemos luchar a su lado? Los vamp han mancillado nuestras lunas sagradas —preguntó Karel, el consejero real, un general kant gigantesco y musculado, con el pelaje blanco, a diferencia del resto de su especie; era el único albino.
—No haremos absolutamente nada. Dejaremos que los vamp se encarguen de Arklund y no tomaremos partido. Eso sí, aprovecharemos este momento para mandar un par de asesinos a por el maldito Visionario. Ya cargará nuestro general con la culpa de esto. Cierra nuestras fronteras.
—¿Los dejaremos luchar solos? —insistió Karel, sin entusiasmo.
—¿No has escuchado a tu rey? Los dejaremos solos, igual que hemos hecho con los vamp, que han luchado contra nuestro verdadero enemigo, aquel que está en las lunas. Piensa un poco y ponte en mi lugar: la maldita religión y sus costumbres están en entredicho, y se han quedado anticuadas.
Karel no dijo palabra y agachó la cabeza.
—Todo esto nos supera como pueblo. Los vamp han sabido adaptarse muy deprisa a esta época, pero nosotros no. Hemos tenido una muestra de que lo sagrado no es tan sagrado, y no hemos sabido aceptar y ver la realidad —continuó Arkanium—. La situación actual es un deshonor para nosotros. Hemos dejado a los alados luchar solos por nuestro planeta y ahora un fundamentalista aullador los ataca a sangre fría —añadió—. No vamos a hacer más el ridículo. Manda a nuestro ejército a cerrar y proteger las fronteras. No me hagas repetir las órdenes y, recuerda, quiero que envíes ahora mismo a dos asesinos a por el maldito visionario. De algo nos debe servir este mal.
—Así se hará, majestad —respondió el albino, inclinándose hacia adelante y agachando todo el tronco superior como muestra de respeto. Se dio media vuelta y se marchó a cumplir su cometido.
Los kant cerraron y reforzaron sus fronteras. Advirtieron a los vamp que merodeaban por la zona que dejaran lo que estaban haciendo y volvieran a sus tierras. Con algunos vamp orgullosos tuvieron que usar la fuerza, pero con cuidado de no dar muerte ni crear más problemas de los necesarios.
El rey decidió no apoyar en sus ataques al general Arklund de los aulladores, pero, al cerrar las fronteras en las tierras de los kant, la mayoría de los monjes del gremio de religiosos, unos cuantos aulladores rezagados y traidores montaron un pequeño ejército de disidentes y se dedicaron a atacar a los inocentes que apoyaban al rey Arkanium, dentro de su territorio. Hubo más muertes de las que el monarca había previsto, pese a no haberse querido involucrar en una guerra. El consejero Karel y el propio rey aplastaron a los rebeldes en sus fronteras, tras derramar mucha sangre entre hermanos. Sumaron otra traición más entre sus filas.
Al altivo Chank le desapareció el orgullo cuando, estando a solas en el Mirador de los Designios, dos kant que habían escalado el árbol glob lo sorprendieron. Fueron a por él con sus garras afiladas y con oscuras intenciones. Los asesinos estuvieron a punto de darle caza, pero los satélites espía de Thiram, siempre vigilantes, dispararon a los enemigos, que murieron de manera instantánea.
Thiram, el emperador Orz, se apareció de manera holográfica en el brazalete del visionario y le ordenó tirarlos por el mirador. Al ser el árbol más alto del planeta, sus cuerpos quedarían destrozados tras la caída, desdibujando tan extrañas heridas de los muertos, y así no habría pruebas de la existencia de los satélites espía. Al salvar a Chank de una muerte segura, el Maldito se aseguró aún más su lealtad y el visionario se sintió más protegido.
La lucha de los alados contra los hombres de Arklund fue dolorosa, pues semanas antes habían celebrado festejos con ellos y se habían jurado amistad eterna, a la ligera. El ejército de los alados tuvo muchos problemas para contrarrestar la acometida salvaje de los Aulladores. Hubo más bajas del lado vamp. Los rebeldes peludos estaban ganando terreno y parecían a punto de vencer, pero en aquel momento volvió la nave desde los satélites. Llevaba a los mejores soldados de los alados, que aplastaron al ejército rebelde de los kant conservadores.
Al general Arklund lo tomaron prisionero. Sirium, acompañado de su ejército, lo llevó a las puertas de la frontera kant para parlamentar con el rey Arkanium. El general aullador iba maniatado. Lo empujaron para que se acercara y llamara a las puertas, pero antes de que lo hiciera, el rey Arkanium solo, sin escolta, se puso frente al general rebelde y le arrancó la cabeza de cuajo con sus garras. Se quedó mirando a los vamp fijamente y, enseñando el colmillo, volvió tras sus pasos, y se cerraron las puertas. Sin decir ni una palabra, se acababa de firmar la paz; Sirium conocía el proceder y los códigos del rey de los kant.
Durante varios años de Qaion, esa fue la última vez que vieron a Arkanium. En ese tiempo, comenzó a construirse la megaestructura defensiva que uniría las tres lunas como una sola base.