7 años ago

33.Las tres de Qaion

Después de todo, Iván el híbrido no era mal tipo, era otro ser al que una serie de desgracias lo habían llevado a toda aquella vorágine de acontecimientos negativos en las que el nexo siempre era el mismo: Thiram.

Al despertarse, Argón no estaba y aprovecharon para usar el bosque como un baño, también para intentar borrar el rastro de la fogata de la noche anterior. A Iván no le gustaba Lobo, parecía molestarle la presencia del perro, aunque la noche anterior el banquete de conejo había sido por cortesía del animal. Lobo tampoco se acercaba al híbrido, pues no le gustaba el trato que había tenido antes con León.

—Hay una nave más allá de esta ladera… ¿Era en la que ibas tú? —preguntó Argón mientras descendía con sus alas desplegadas a toda prisa, tras haber echado un vistazo.

—No, no vinimos por ese camino —respondió Iván, al que no le gustó oír aquello.

—Acerquémonos. De todos modos, necesitamos un transporte para escapar a Qaion, sea el tuyo o no.

Pasaron todo el día caminando hacía donde decía el vamp, que volaba de vez en cuando para ver qué sucedía delante o por si los seguían los orz por detrás. Casi no hicieron paradas y solo se desviaron del camino para beber agua en algún arroyo.

—Es allí. ¡Mirad! Se han unido dos naves más. Eso no había pasado nunca. Deben de saber que andamos cerca. Thiram no perdonará esto —dijo Iván. Agachados desde lo alto de una ladera, Argón y León también miraban hacia el valle rodeado de bosque que hacía de nueva base secreta del operativo del Maldito.

—Thiram no perdona a nadie. Te iba a matar después de usarte, de todos modos —respondió Argón.

De repente, un extraño silbido empezó a sonar por todos lados. Tres pequeñas naves aparecieron con rapidez y aterrizaron junto a las otras dos que estaban en la base escondida.

—Mierda. Thiram nos tenía engañados a todos. Había más naves, no solo dos, como yo pensaba. Hay al menos seis orz en cada nave, no podremos con todos ellos —dijo Iván—. No creo que se muevan de ahí. Saben que queremos escapar de la Tierra.

León se puso serio y acarició a Lobo, costumbre que había cogido para relajarse. El animal estaba encantado y le devolvía el cariño, lamiéndole la cara. Empezaba a anochecer de nuevo en aquel bosque y esa noche no habría luz de luna.

—Tengo una idea —dijo Argón—. Volaré en silencio a una distancia razonable. Me pondré el brazalete y empezaré a gritarles. Esto desviara su atención. Vosotros aprovechareis para meteros en el transporte que mejor conoce Iván. Después, liquidaré a alguno con mi espada y saldré volando. Para entonces, espero que tengas preparada la nave para partir, humano.

—La verdad es que no me apetece que te separes de mí. Tengo miedo —dijo León, que seguía acariciando a Lobo.

—No tardaré. Además, con lo que te hemos visto hacer, no deberías temer. Si estás en peligro, enfádate e intenta transformarte en orz o en híbrido de los dioses o lo que sea, pero lucha —le recomendó Argón.

—¿A ti te tenemos que salvar? Menudo es el Único. Qué miedoso… —dijo con desprecio Iván, que no tenía cariño alguno por León y se le notaba en la mirada.

—Callaos los dos, no hay tiempo para estupideces. Id ahora y escondeos. Cuando los veáis salir, actuad en consecuencia. Iván, espero que sin brazalete seas capaz de transformarte igual. ¡Vamos! —ordenó Argón, mientras desenfundaba su espada ornamentada del dragón y desplegaba sus alas para volar.

León y Lobo siguieron a Iván por el bosque que empezaba a estar a oscuras. Los humanos iban agachados, intentando no hacer ningún ruido. A lo lejos, Argón se puso a gritar insultos como un loco y en la base de los orz un gran estruendo empezó a sonar. Se encendieron las luces y alrededor de veinte orz vestidos con sus trajes y corbatas salieron de los transportes para atacar a Argón. Él seguía llamándolos a gritos y tenía encendido el radar comunicador de Thiram.

—Corred, es el momento —susurró Iván, que comenzó la carrera hacia la nave que mejor conocía.

«Parece fácil», pensó León, que corría a toda prisa, seguido por su amigo Lobo.

De repente, las cinco naves explotaron y volaron por los aires. Habían caído en una trampa. A Thiram no le importaba que sus soldados regresaran de vuelta a su planeta y las naves eran simples transportes para sus secuaces. El emperador mostraba de nuevo que era inteligente y despiadado.

—¡Mierda! ¡Transfórmate ahora o moriremos! —gritó Iván mientras comenzaba con mucho esfuerzo a transformarse en orz, pues sin el brazalete le era mucho más difícil convertirse en gigante azul.

León no era capaz, no sabía cómo hacerlo. Argón apareció volando y aterrizó junto a ellos. El bosque de alrededor ardía en llamas con fuerza; se propagaron los fuegos rápido y con violencia.

—¡Llévatelo, Argón! Yo lucharé con ellos —ordenó un Iván transformado con una voz profunda de orz.

León se quedó perplejo. El día anterior el híbrido había intentado matarlo. Lobo no se separaba de León y estaba con el rabo entre las piernas, porque no le gustaba el fuego y mucho menos los gigantes que tenía justo al frente.

—No voy a huir. Lucharemos y moriremos, pero no he huido nunca y no voy a hacerlo ahora —dijo Argón, orgulloso, mientras desenfundaba de nuevo la espada del dragón y le tiraba a Iván la lanza, para que tuviera un arma con la que luchar.

—¡León! Piensa en que van a dañar a Lobo. Concéntrate en eso e intenta transformarte —le sugirió Iván mientras apretaba la poderosa lanza que le había cedido el vamp.

—Va… vale, lo intentaré —dijo León, que estaba muerto de miedo. Lobo seguía pegado a su amigo, tembloroso.

Todos los orz llegaron a aquel bosque, donde antes habían estado sus naves. Uno de ellos se acercó al grupo de Argón y se reía. Llevaba el brazalete comunicador puesto y levantó el brazo para mostrar el holograma en el que aparecía Thiram con su mirada fría, roja y terrible.

—León el Único, ¿te están enseñando a transformarte? No te esfuerces, el cúmulo de suerte que has tenido hasta ahora toca a su fin. Argón de Qaion, pudiste elegir otro camino y eliges morir… Iván el híbrido, esperaba de ti mucho más, pero eres otro miserable humano estúpido.

Argón se adelantó e hizo una filigrana con la espada del dragón y le cortó el brazo del comunicador al gran orz que tenía delante; el gigante azulado puso cara de retorcerse de dolor. Conforme el brazo cayó al suelo, Argón decapitó a su enemigo, que no opuso resistencia alguna. Pinchó la mano del difunto orz con la espada y con la otra sacó el comunicador y se lo lanzó a León.

—Vamos, transfórmate ahora y luchemos contra estos imbéciles —ordenó Argón.

Los demás orz, que ya conocían como se las gastaba el vamp, dudaron, pero fueron corriendo hacia ellos. León se transformó en orz, Iván se enganchó a golpes con dos de sus enemigos y a uno lo mató de un solo ataque de lanza.

Se vieron rodeados cada uno de ellos por cuatro orz, esquivando golpes lentos pero fuertes y aplastantes. No aguantarían mucho, pues luchaban en una jaula de fuego y no había margen de maniobra. Solo Argón, tras recibir un duro golpe, consiguió clavar la espada en el corazón del orz que lo había golpeado; el gigante tuvo un ataque de valentía tras el golpe y al confiarse lo pagó caro. A Lobo lo patearon y el animal quedó inconsciente. Todo parecía perdido para Iván, León y Argón.

Entonces, sonó un aullido, un aullido poderoso, más profundo que el de un lobo. Un kant gigantesco, musculoso y de pelaje blanco, apareció en el bosque; junto a él, volando, iba un vamp exactamente igual a Argón, pero tuerto. Alrededor del vamp, una bola del tamaño de una pelota de baloncesto volaba suavemente y tenía un pequeño ser dentro.

Un kant, un vamp y un bart, las tres razas de Qaion, se presentaron en esa hora de necesidad. Sin mediar palabra, el kant, que odiaba profundamente a los orz, pegó un saltó y desgarró el cuello de uno de los gigantes azules. Argol el tuerto, hermano de Argón, fue directamente hacia los que luchaban con su hermano y con su garra metálica liquidó a dos con mucho arte y sin perder el tiempo. Pero el más salvaje fue el bart, dentro de su bola, el ser escamoso parecía muy enfadado y atacó sin piedad las cabezas de todos los orz que quedaban en pie. Un Argón sonriente tuvo que frenar a un Bum Bum vengador, pues también quería liquidar a Iván y a León transformados.

—Tres razas… como tres son las lunas de Qaion —dijo Argón, sonriente y orgulloso, poniéndose frente a su hermano y mirándolo con admiración—. Qué fuerte te has hecho, Argol.

Al vamp tuerto se le caía una lágrima de sangre por su ojo bueno. Los dos hermanos se fundieron en un abrazo fraternal que duró infinitamente.

—Vámonos a Qaion ahora mismo —ordenó Karel, el kant albino, que miraba sorprendido a Lobo.