7 años ago

4.Cho, el Visionario y los gobernantes

Thiram estaba informado de todo lo que sucedía en Qaion, porque los microsatélites espía cumplían su cometido con éxito: cualquier suceso que aconteciera en aquella sociedad era registrado y analizado por el Maldito.

Al terminar la audiencia parlamentaria en la Sala de los Horizontes Comunes, Cho solicitó la venia —una reunión de autoridades— a Arkanium y a Sirium. Iban a celebrar la asamblea en el Mirador de los Designios, el punto más alto de Qaion, una terraza donde se podían contemplar mejor las tres lunas, dónde moraban los visionarios y los aspirantes a este privilegio.

—No comparto su fe, aunque sabe que tiene toda mi atención. —El príncipe kant era educado y su palabra tan noble como su linaje.

—Gracias, príncipe Arkanium. Tal y como predije, hoy nos encontramos aquí reunidos en paz y prosperidad para el bien de ambos pueblos. Seré claro: esta paz no durará —dijo con solemnidad Cho el Visionario, con el tono sombrío que solía usar y que le concedía un aura de misticismo y oscurantismo.

—¿Por qué dices eso, viejo amigo? —preguntó Sirium. El gobernador no estaba sorprendido. Cho era un guía fiable, pero el coste siempre resultaba alto. Para el político, era un problema constante, temía sus palabras y su compañía. La venia que acababa de comenzar no fue de su agrado cuando se la propusieron.

—El universo se ha consternado. Hubo un gran cambio y he perdido casi todo mi poder. Ya no poseo la visión de antes. Lo que pase a partir de ahora no puedo predecirlo con exactitud. Los dioses ya no me susurran los hados —explicó el Visionario.

—Amigo mío, a un visionario siempre le ha sucedido su pupilo. Escucha la voz de tu sobrino… ¿cómo se llamaba? —preguntó Sirium de manera despreocupada, como solía ser común en él, aunque no se correspondía con sus sensaciones y miedos. Todos se habían preguntado siempre cómo un vamp con esa forma de ser había volado tan alto como para gobernarlos. Tal vez esa manera de esconder sus sentimientos era la clave.

—No veo la visión en mi sobrino Chank. No es mi heredero, pese a su deformidad. Puedo asegurar que posee de visionario tanto como cualquiera —aclaró. Chank carecía de alas y tenía un solo ojo—. Dejando a mi sobrino de lado, esta vez es distinto. Algo ha cambiado. De alguna manera que desconozco, creo que el poder del visionario se ha diluido como el agua entre distintos vamp, en unos trillizos… los hijos de Argum. Ni siquiera en nuestros antiguos escritos históricos he encontrado alguna referencia a un nacimiento similar desde que los vamp y los kant se separaron como pueblos distintos y aprendimos a registrar la historia. Ninguno de los tres muestra deformidad alguna —explicó Cho.

—¿Pero tu herencia en qué nos afecta a nosotros, los kant, visionario? —preguntó Arkanium con cierta frialdad y rencor. El príncipe era con seguridad el kant más inteligente de su especie, porque no se ganaba una guerra y se derrocaba a un rey solo con la fuerza.

—El problema, príncipe, es que quizás no hay herencia y posiblemente hemos perdido el control del destino. Vosotros los kant tenéis una fe ciega en las tres lunas y no os falta razón… Al Visionario le vienen las imágenes de nuestros satélites, quizás de más lugares del universo, pero esto ha cambiado. La visión nos servía como lámpara en la oscuridad, para anticiparnos y protegernos. La herencia, el poder del visionario, siempre ha sido fiel a su cometido. Jamás hemos fallado al pueblo vamp y, por ende, a los kant, aunque no creáis en nuestra orden. Que vuestro antiguo rencor no os impida observar lo obvio, príncipe —dijo el Visionario, dirigiéndose hacia las tres lunas.

—¿Por qué no hay ningún kant que haya sido visionario? ¿Por qué no se ha pasado la herencia a un kant jamás? —Se centró en su rencor y la ira se reflejó durante un instante en el colmillo que enseñó el príncipe, que era rápido para el enfado, como todos los peludos. Que no existieran visionarios en el pueblo kant era una herida histórica que jamás se había cerrado y lo que había propuesto Cho sobre los posibles nuevos visionarios, los trillizos vamp, no ayudaba.

—No me corresponde a mí juzgar eso. Así lo han querido, lo quieren o lo querrán en el futuro los dioses de todos nosotros —dijo Cho con naturalidad y de manera solemne, al tiempo que el gobernador Sirium se adelantaba, tembloroso. El ambiente se había enrarecido y se palpaba la tensión.

—Que el viento de las tres lunas plateadas hinche tus alas, Sirium. Cho, no hablaremos de nuevo hasta que respondas mis preguntas con otro argumento. Que tengáis paz —dijo Arkanium mientras se retiraba con su comitiva de guardias kant, sin dejar de enseñar los colmillos involuntariamente.

—Cho, la próxima vez explícame a solas lo que te sucede y no en una venia compartida. Ya deberías saber que los kant se sienten contrariados con el hecho de que los visionarios siempre nazcan en nuestro pueblo y no se reconozca a ninguno en el suyo —sugirió Sirium.

—Gobernador, lo que pase nos afecta a todos. No me importa que los kant se sientan mal. Lo que me importa es que sobrevivamos a lo que viene, porque estoy seguro de que será un desastre. Muchos dirán que soy siniestro. «El Oscuro» me llaman a mis espaldas. Pobres… Si no estamos atentos, moriremos todos; no perduraremos ni kant ni vamp.

»Rencillas aparte, he de decirle con claridad que el último mensaje que me susurraron los dioses fue una imagen con la visión del planeta que estudia el profesor Frehac: allí se encuentra nuestra esperanza. Debemos tomarnos en serio este designio, pues el peligro está cerca, cada vez más; está entre nosotros, en las sombras, observando, estudiándonos, cada trilunio, cada noche, cada momento —dijo Cho, con la fe que tenía en su antigua visión.

—Hicimos bien en empezar a estudiar la manera de llegar a ese planeta. Por lo que me cuentas, eso quiere decir que tenemos esperanza. No puede ser todo tan malo como lo pintas, amigo —respondió Sirium, volviendo a relajarse después del mal trago que le acababa de hacer pasar el príncipe kant—. Según Frehac, es un planeta más caluroso que el nuestro y además podríamos alimentarnos allí. Es probable que haya criaturas conscientes y avanzadas. Esperemos que se muestren amistosos y no sea peor el remedio que la enfermedad… Tendremos que dedicar más presupuesto al proyecto del profesor Frehac, aunque es un mal momento para la economía, porque no nos hemos recuperado desde las últimas guerras… Se acaba el tiempo de la venia, ¿necesitas algo más?

—Si, tengo intención de visitar a Frehac y ver a los hijos de Argum. Le informaré de lo que sucede. Quizás deba empezar a trabajar con ellos y dejar de perder el tiempo con mi sobrino Chank. ¿Me concederás estas venias, Gobernador? —preguntó el Visionario.

—Te concedo la venia de Argum, amigo, aunque el clan de los Guerreros del Agua, la familia de Argum, nunca ha tenido mucho cariño por «los Magos», como os llaman a los miembros de la Casa de Luz. Te recibirá porque la orden vendrá del gobernador, pero otra cosa distinta es que acepte que tomes a sus hijos como alumnos. —Sirium estaba incómodo con la petición, incluso más que con el enfado del príncipe kant.

—Gracias. Convencer a Argum es mi trabajo. Por otro lado, te pido que encontréis lo antes posible a un explorador o a un grupo de ellos, para que viajen a ese planeta. Y, repito, necesito otra venia con mi amigo el profesor Frehac —insistió el Visionario.

—De acuerdo, Cho, también la tendrás. Haré lo que pueda con respecto al nuevo planeta… Espero que te equivoques en tus predicciones y que la pérdida de tu poder sea temporal. Adiós. —El gobernador desplegó las alas y salió volando con ala firme, acompañado de lejos de sus escoltas, y abandonó el Mirador de los Designios.

Chank el Deforme, sobrino y pupilo del visionario, había escuchado a escondidas la conversación de su tío con los gobernantes, donde Cho les explicó que él no sería su heredero espiritual. Arrancó a llorar, destrozado. Al escuchar sus palabras, se creó un odio en su interior que marcaría todos sus actos futuros.

Los satélites espía de Orz registraron la imagen. Al verla, Thiram conoció lo que era la risa por primera vez en su existencia: carcajadas profundas resonaron en las grandes salas de La Aguja; algunos sirvientes orz huyeron despavoridos por el miedo y a otros los abatió la Guardia Imperial del Maldito, para devolver el orden y la normalidad.