En el planeta Qaion y no muy lejos del Mirador de los Designios, se encontraba el laboratorio de Frehac, un hangar lleno de experimentos y cachivaches. En ese momento, se había fijado la venia para una reunión con Cho el Visionario.
Las venias eran unos documentos burocráticos que autorizaban reuniones entre los representantes de los poderes y el gobierno de las dos naciones. Era una manera de tener controladas y anotadas las juntas, para que no se crearan guerras civiles y se mantuviera el statu quo. Para evitar conspiraciones, los altos cargos tenían prohibido reunirse sin avisar.
—¡A dónde hemos llegado! Para encontrarme con un amigo de la infancia tengo que solicitar una venia… —dijo Cho a modo de saludo, cuando se encontró al viejo profesor Frehac.
El profesor se encontraba en la sala de trabajo de su laboratorio. El lugar estaba lleno de planos con todo tipo de fórmulas que contenían la ciencia de Qaion; había diferentes trastos tecnológicos, prototipos y diseños de sus estudios.
—Bueno, esta paz tiene ese coste, Cho. Además, ni tu ni yo somos ya aquellos niños que eran amigos. Ambos hemos volado alto, cada uno por su camino: yo por el de la ciencia y tú por el de la gracia de los dioses —respondió Frehac, con el tic nervioso que siempre se le producía en el ojo sano cuando hablaba. El otro ojo era una especie de lupa mecánica que se había fabricado para mejorar la vista en sus labores e investigaciones. Frehac era un vamp de baja estatura, con el pelo y barba blanca, que le otorgaba un aire inteligente—. Hay algo que me duele más que perder esta libertad de reunión… —Se acarició la barba canosa.
Cho guardó silencio.
—Lo que me duele es que hayas perdido la sonrisa que te caracterizaba. Desde que el viejo Ojo Agudo vio el don en ti y te captó como pupilo. Cada vez que te miro, siento que la perdiste. Para mí, tu sonrisa vale más que la libertad de reunión —observó el científico con tristeza.
—Amigo, Ojo Agudo no tuvo nada que ver con mi sonrisa. Lo que me hizo perderla fue el mismo don que me concedieron los dioses para ver. Aunque hay algo peor que el don… —dijo en tono sombrío.
—¿Qué puede ser peor que tener el don?
—Perderlo. Por eso he pedido una venia para reunirme contigo, amigo.
—Si no fuera porque para mí eres como un hermano, no haría caso de las profecías. Yo no creo en los dioses, ni siquiera en el don que te dan, pese a que vistes venir la paz… Pero te creo a ti. Soy un vamp entregado a la ciencia, ya sabes. Por eso me llena de curiosidad a la par que de miedo que vengas a verme precisamente a mí —dijo entre tartamudeos.
—Vengo a decirte que, antes de perder mi poder, tuve unas visiones y tú estabas en el centro de todo lo que ocurrirá a partir de ahora: el proyecto en el que te encuentras, visitar el planeta que has encontrado. Por eso es muy importante que inviertas más tiempo y recursos en crear transportes. El destino de ese planeta está ligado al nuestro… —Tras una larga pausa, el Visionario añadió—: allí nacerá el Único o, como lo llaman los kant, el Ancestro.
Frehac lo miró con atención mientras se acariciaba la barba blanca.
—Debes estar preparado para hacer un sobresfuerzo en esta tarea —continuó Cho—. Es primordial que ese ser tan especial venga a nuestro planeta. Sé que no fracasaras, porque lo he visto. Antes de perder el don, vi un boceto del futuro. Y es algo que nos concede una pequeña ventaja frente al mal que nos vigila constantemente, incluso ahora…
—¿Por qué hemos de traer al Único del que hablas a Qaion? —preguntó el profesor.
—Solo él podrá vencer al Daño de Dioses.
—El Daño de Dioses… —murmuró Frehac, impactado.
—Sí. ¿Sabes por qué he perdido mi don? El Daño de Dioses ha despertado y ha hecho algo terrible… —dijo Cho, serio y solemne, sufriendo una gran carga—. Por favor, ten cuidado con mancillar las lunas de Qaion. Eso podría ser el fin de la paz con los kant y peor…
—¡Ja! Los proteges mucho. Si los kant odian a alguien entre nosotros los vamp, es al Visionario —bromeó Frehac, en un intento de consolar el pesar de Cho. Tenía la clase de humor que solo podía tener un vamp antisocial y diferente.
—Días atrás tuve una venia con el príncipe peludo y salió este tema. Se fue muy enfadado. Si no estuviéramos en paz, me habría degollado con sus garras allí mismo. Pero me da igual que no crean en mí o en mi visión, que les irrite que sus monjes no tengan el don, que solo lo poseamos los vamp… Como visionario, solo puedo velar por el bien de Qaion y del universo.
—Intentaré hacer lo que me pides para proteger nuestro planeta, viejo amigo. —Frehac aceptó la petición de Cho.
Lo que no sabía el científico era lo importante que sería su labor a partir de ese momento.