7 años ago

42.La batalla final de Qaion

Los ejércitos de Qaion estaban preparados y unidos. Las garras metálicas estaban relucientes y afiladas para la ocasión. Sirium y Arkanium, los gobernantes, estaban juntos, algo ansiosos pero motivados, pues sabían que nada podía fallar. La gigantesca base que unía las tres lunas tenía grandes supercañones cargados para disparar a distancia a las naves de los ejércitos orz, antes de que pusieran un solo pie en Qaion. Por otro lado, a los que tuvieran la suerte de traspasar la muralla de disparos les esperaban por los aires los vamp alados y bien armados, y en tierra los kant, cargados de ira, ejércitos que luchaban en casa, que defendían sus propias tierras y familias. Como última opción, si vamp y kant fracasaban en el campo de batalla, los orz tendrían que hacer frente a una guerra de guerrillas contra adversarios fantasmales que no verían, pues los habitantes de Qaion conocían a la perfección sus propios bosques, cuevas y grandes arboles globs. Los orz lo tenían difícil.

—Solo podemos vencer, Arkanium —dijo Sirium convencido. Estaban en la gran terraza de los visionarios, el Mirador de los Designios, bajo la luz de las tres lunas, como aquella vez con Cho el oscuro, hacía tanto tiempo.

—La última vez nos pillaron desprevenidos y, aun así, vencimos. No tengo dudas. Se arrepentirán de volver a nuestro hogar. —El rey de los peludos visualizaba clara la victoria, con una sonrisa en su rostro canino, sin dejar de mirar fijamente a los satélites a los que desde su interior rezaba.

—Desde la base de las tres lunas, me informan que las naves orz ya están llegando y hay malas noticias: la otra vez nos atacaron con dos transportes, esta vez hay por lo menos veinte —explicó el profesor Frehac, descontento con la noticia que había recibido—. Thiram no ha perdido el tiempo, maldita sea. Hacen falta muchos recursos y energía para enviar tanta nave.

—No importa el número de orz que despliegue Thiram, solo tenemos la opción de vencer. Esto es Qaion —dijo orgulloso y convencido el rey Arkanium, cuya expresión cambió de repente y se tornó seria.

—Los veo. Profesor, informa a la base trilunar que ataque los transportes, ahora —ordenó el gobernador Sirium, que empezaba a ver a lo lejos, en el cielo nocturno, los transportes orz.

El profesor Frehac usó una especie de comunicador de antebrazo como el que había diseñado Thiram, para informar a la gran base de las tres lunas que pasara al ataque.

Mirando desde Qaion, ya se distinguía cómo muchos transportes del ejército orz ocultaban las estrellas; con pausa, pero de manera inexorable, se iban acercando. Lejos de ser atacado por la base lunar, alguno comenzó a entrar en el planeta, rompiendo las nubes y con un ruido atroz.

—¡Gobernador, desde la base lunar me informan que no consiguen disparar! ¡Los supercañones están bloqueados! —gritó el profesor, señalando nerviosamente el comunicador del antebrazo.

—¡Maldita sea, no deje de insistir, Frehac! —Sirium desplegó sus alas.

—Vámonos, Sirium, vamos a luchar, ayudemos a nuestros soldados, rápido —lo animó, pese al varapalo, el rey Arkanium. El gobernador lo agarró y ambos líderes alzaron el vuelo desde el mirador para integrarse entre los suyos y dar órdenes desde el campo de batalla a los ejércitos de Qaion.

El profesor Frehac se puso como loco a gritar y golpear de manera desesperada el comunicador. Las naves de los orz pasaron sin más por lo que debía haber sido una barrera de cañonazos y bombas que las destruyera. Aquella megaestructura de las tres lunas, que tanto dolor había causado a ambos pueblos, no servía para nada en el momento indicado. No se entendía.

De repente, del comunicador de Frehac empezaron a salir sonidos de gritos extraños. Y sonó una voz cruel.

—Profesor Frehac, sin quererlo, me ha servido usted bien. Ya imagina cómo va a acabar esto —dijo por el comunicador la voz terrible del emperador de los orz, que se encontraba en la base de las tres lunas.

—No tiene sentido matar a tantos inocentes. Confío en que te encuentres pronto a Argón y vera, emperador, verá cómo acaba esto —dijo Frehac muy serio, quitándose el comunicador y tirándolo al suelo.

—Ahora voy a la Tierra. Lo he citado junto al Único allí, pero antes… —Fueron las últimas palabras de Thiram antes de que el aparato cayera al suelo y perdiera la energía.

El profesor desplegó sus alas y salió volando a toda velocidad para alertar a los ejércitos, como había hecho en el pasado. Thiram estaba al mando de la gran base lunar, había asesinado a los soldados vamp que allí se encontraban y dispararía a Qaion con los supercañones desde las tres lunas, para matarlos a todos.

Mientras volaba frenéticamente, Frehac se dio cuenta de que la mitad de las naves enemigas habían aterrizado, pero la otra mitad estaban paradas en el cielo, tras las lunas. El profesor continuó volando lo más rápido que podía, porque mucho dependía de su aviso.

Argol estaba nervioso y preocupado, pues no vio ni escuchó ningún disparo desde la base lunar. Se encontraba liderando a un ejército y, alrededor de él, merodeaba Bum Bum el bart. Pese a la preocupación, el vamp tenía suerte: esa bola esférica con el ser acuático dentro, aunque pudiera parecer infantil, era un arma de guerra peligrosa y letal para el enemigo; era su mejor amigo desde que lo había encontrado en el río junto a Cho. El bart se enfadaba sobremanera con los enemigos de Argol el tuerto.

La división de vamp voladores que comandaba Argol había esperado nerviosos y decepcionados los disparos desde la base del cielo. Ahora, ansiaban ya el aterrizaje de uno de los primeros transportes orz para atacar con sus garras; volaban en formación justo unos metros encima de una división formada por kant peludos y musculados. Cada kant tendría el respaldo de un alado por el aire; los orz lo tendrían difícil.

Aquel transporte parecía buscarlos y aterrizó justo donde estaba el tuerto. La división de Argol se puso en guardia y los kant salieron corriendo para atacar sin cuartel al escuchar las puertas de la nave abrirse. Pero la bienvenida la dieron los orz, usando cañones desde la nave y disparando a los kant. Algunos peludos salieron malheridos y los pocos que portaban escudos pararon la acometida. De la nave salieron orz azulados, muy fuertes. Se enfrentaron a los primeros kant heridos que encontraron y los mataron. La división de Argol fue a apoyar a los kant que luchaban en tierra y se habían adelantado, pero de la nave comenzaron a salir numerosos orz voladores, con mochilas propulsoras como habían hecho en el pasado, y contrarrestaron el soporte aéreo que los kant esperaban.

La guerra no parecía salir al gusto de los de Qaion aquella triste jornada. Buenos vamp y kant murieron en el primer ataque. Argol y Bum Bum tuvieron mucha dificultad para vencer a la primera nave, y aún quedaban muchas más. El tuerto, exhausto, comenzó a dudar de si podrían conseguir la victoria.

Tras la embestida, Argol y su regimiento vamp y kant se acercaron a donde estaban las tropas comandadas por Sirium y Arkanium, pues pensó que reagruparse era la mejor manera de hacer frente al siguiente transporte orz, que de manera ordenada se disponía a aterrizar en Qaion. Eran demasiados.

—¡Capitán Argol! Has sufrido muchas bajas… —observó el gobernador Sirium. Estaba sangrando y con el ala rota, pues en la batalla había recibido golpes, magulladuras y algún tiro certero de un arma a distancia.

—¡Maldita sea, gobernador! Lleváoslo de aquí. ¡Es una orden! El gobernador es el más importante —gritó Argol a los guardaespaldas, al ver a su señor herido.

—Puedo luchar —respondió Sirium, incorporándose y sacando pecho con dignidad.

—Váyase, gobernador, ya ha demostrado su valía. Las cosas aquí se van a poner feas, yo me encargo —dijo el tuerto.

—No, Argol, mientras esté luchando el rey Arkanium, yo he de quedarme también —sentenció Sirium. Argol aceptó de mala gana la intención del gobernador.

—¡Estás muy viejo para luchar, amigo vamp! —le dijo riéndose el rey Arkanium, que, pese al anterior envite, estaba sin magulladuras y de muy buen humor. Quizás el kant escondía así su miedo.

La siguiente nave de los orz de Thiram tomó tierra justo en esa zona, para sorpresa de los allí presentes. No salieron de ella muchos soldados, sino algo distinto: unas bestias grotescas, unos orz gigantescos con garras y tan peludos como los kant, una imagen terrorífica de unos híbridos que el Maldito había creado en su laboratorio de La Aguja, para sorprenderlos y aterrarlos.

Lejos del temor que esperaba infundir Thiram, tras la sorpresa inicial, los kant repudiaron aquella imagen: con asco y rabia aullaron ante aquel sacrilegio a su raza. Envuelto en furia, el rey Arkanium saltó y corrió como si fuera el último kant vivo hacia aquellos híbridos de orz y peludo. De un golpe de garra y con toda su furia, arrebató la vida al primero que se le puso en medio. Los demás híbridos fueron a por él como una plaga; los soldados kant y vamp hicieron lo mismo para proteger al hijo del Aullador. Sin embargo, a aquellos seres los había avisado Thiram y sabían quién era. Entre cuatro o cinco lo acribillaron con sus garras, haciéndole llaves para atraparlo con fuerza. El antiguo linaje real de Arkanium hervía en su sangre, y arremetió contra esos engendros con toda su furia. Murió con honor, desgarrando los pechos, brazos y cabezas de sus atacantes, con el mismo orgullo kant con que había muerto su padre antaño.

Los kant rabiaron al ver caer a su rey; aullaron, saltaron y, con una furia jamás antes vista, destrozaron con sus garras y dientes, junto a los vamp comandados por Argol, a aquellos híbridos bestiales.

—¡Ahora váyase, Sirium! Es más útil ayudando a nuestras familias, su gente —dijo Argol, acercándose a su gobernador, exhausto.

—De acuerdo… —dijo el gobernador, que estaba afligido y cabizbajo por la muerte del rey Arkanium. Marchó volando con su ala rota hacia el gran árbol glob cercano, con sus dos guardaespaldas.

El tuerto, junto a Bum Bum que lo merodeaba, se dirigió a sus hombres con un vuelo en calma y dio órdenes de desalojar a los heridos y reagruparse. El vamp miró al cielo y vio que estaba a punto de aterrizar otro transporte. Menguados, harían frente de nuevo, pues no había otra opción.

—¡Argol! ¡Argol! ¡Ponte a cubierto! —gritó Frehac, que apareció volando para intentar salvar a su amigo.

—Profesor, ¿qué pasa? ¿Por qué no han disparado a las naves desde las lunas? —preguntó un cansado y dolorido Argol, que había sobrevivido, no sin dificultad, a varios envites de los orz.

—¡A cubierto, Argol! Thiram, ha tomado el control de las lunas. Era su plan desde el primer momento. Maldita sea —gritó el profesor, que estaba cansado de volar con ala viva.

Argol, el profesor, Bum Bum y los de Qaion que quedaron con vida en aquella división reagrupada se escondieron de las lunas bajo los transportes ya vacíos de los orz.

Thiram, alojado en la megaestructura de las tres lunas, pulsó un botón, disparó y descargó contra Qaion todo el armamento acumulado en la base de las lunas Grandax, Trampax y Zaas.

El ruido fue atronador en todo Qaion, que ardió con un fuego terrible. Los grandes supercañones mataron indiscriminadamente a casi todos los orz, vamp y kant que no estuvieron resguardados. Hasta que la base quedó sin armamento, fueron unos minutos de destrucción interminables. Thiram el Maldito rio a carcajadas, pues había liquidado al planeta nocturno. Mandó a las naves orz que reservaba que aterrizaran para que remataran a los que estuvieran aún con vida. El emperador cogió su pequeña nave y viajó al lugar donde se había citado con Argón y León: la base de los dioses tras la Luna de la Tierra.

Cuando terminaron los disparos, entre el fuego, el dolor, la destrucción y el caos, Argol percibió en su interior la clara llamada de su hermana Arnuya: se encontraba en la casa árbol del río, la casa de su familia, y necesitaba ayuda.

El profesor Frehac, Argol y Bum Bum llegaron volando y vieron la casa glob del río destruida. Encontraron a Arnuya tumbada en el suelo. Con ella estaba Lobo, lamiéndola, cuidándola a su manera, y la chica vamp estaba en un estado de embarazo muy avanzado.

—No puede ser, hermana. ¿Te encuentras bien? —preguntó Argol mientras plegaba sus alas al aterrizar. Bum Bum se acercó volando a Arnuya, que se agarraba la barriga, retorciéndose, y parecía dolorida, como a punto de dar a luz.

—¡León! ¡León! —escuchaban repetidamente Frehac y Argol en su interior. La voz de Arnuya, visionaria y telépata era clara como cualquier sonido.

—Esto es muy extraño. El padre debe de ser León el Único. Ayer Arnuya estaba normal y estuvieron juntos en el Mirador de los Designios. Ningún embarazo de vamp es tan rápido —dijo el profesor.

—Espero que perdonéis mi silencio. Debía permanecer oculta a los ojos y oídos del Daño de Dioses. Mi destino estaba ligado al Único —añadió ella.

—No tenemos nada que perdonarte, hija de Argum.

—Hermana… —A Argol se le cayó una lágrima roja mientras se agachaba para abrazarla.

Un transporte del ejercito orz apareció disparando y aterrizó allí mismo. Los disparos indiscriminados de los cañones dieron de lleno en la espalda de Argol, que estaba distraído y cayó inconsciente de manera instantánea. Bum Bum el bart golpeó a su amigo, intentando despertarlo. Al no recibir respuesta, el animal acuático, con un berreo triste y lleno de ira, salió disparado hacía el Gran Río en el que lo habían encontrado y se perdió bajo el agua.

Lobo enseñó los dientes, se le erizó el lomo y se colocó en posición de ataque; tenía que defender a Arnuya, pues los orz de la nave recién aterrizada salieron e iban corriendo a por ellos. Frehac se quedó asustado y bloqueado, porque la lucha no era su fuerte. Los ojos de Arnuya estallaron como fuego verde y de la embarazada que estaba postrada en el suelo emanó una especie de aura protectora verdosa que impidió el paso a los orz gigantescos y a algunos los hizo perder el equilibrio y volar hacia atrás como peleles. Aquel hechizo duró poco.

El río comenzó a borbotear, como si estuviera hirviendo. De él salieron millones de bart acuáticos, liderados por un Bum Bum, enfurecido y fuera de sí. Los pequeños seres volaron como una plaga vengativa y destruyeron a golpes salvajes a cualquier orz o nave que encontraran a su paso.

Al terminar con todo el ejército orz, Bum Bum regresó junto a Arnuya; tenía el cristal de su bola rasgado. Muchos seres acuáticos perecieron, pero fueron una última esperanza que nadie imaginaba en Qaion, ni siquiera lo había esperado Thiram. Los bart, el desconocido pueblo del planeta, ayudaron a ganar una guerra prácticamente perdida; no quedo ni un orz vivo. El profesor Frehac, Lobo y Bum Bum acompañaron a Arnuya, que, después del esfuerzo para protegerlos, parecía exhausta. Argol el tuerto había quedado inconsciente.